domingo, 14 de agosto de 2022

Abandonad toda esperanza

Hace unos años durante una entrevista radiofónica me preguntaron si, ante al desastre medioambiental al que nos enfrentábamos, tenía esperanzas. Yo les dije que sí las tenía si de manera inmediata y con contundencia nos poníamos a hacer lo que la situación requería pero que si seguíamos sin reaccionar, no había esperanzas.

Desde entonces, aunque son pocos años, algunas cosas han cambiado radicalmente. Los efectos del cambio climático, del agotamiento de recursos no son ya algo que ocasionalmente aparece en el telediario en algún país de esos en los que "siempre pasan cosas así" ni son una situación estacional -calor e incendios en verano-, sino que ya nos golpean a los del Primer Mundo -los que acaban tomando las decisiones- de manera cercana, recurrente y contundentemente. Poca gente habrá -al margen de los que no saben o no quieren saber y de los puramente malintencionados- que si les hablas del calentamiento global y el cambio climático te vayan a mirar como a una loca -como sí lo hacían no hace tanto tiempo-. "Pues lo mismo tenían razón", ya piensa mucha gente después de ver arder los bosques de España o Francia -hasta ahora al margen de esos problemas-, soportar semanas y semanas de calores que no recuerdan ni los más viejos o ver en amarillo la campiña inglesa -otros que parecían a salvo.

Esto debería darnos esperanza para que, de una vez y de verdad, y todo el mundo junto, hagamos lo que hay que hacer, sin medias tintas, falsas promesas o automentiras... Por si alguna duda hay de que ni es, ni parece que vaya a ser así -que no pasaremos de echarnos las manos a la cabeza y mirar a los lados, a ver a quien le podemos echar la culpa, aunque con eso no se arregle nada- la reacción a las recientes medidas aprobadas para ahorrar gas nos pueden echar "el alma a los pies".

Recordemos, para empezar, que esas medidas -límites al aire acondicionado y a la calefacción en lugares públicos, apagado de luces a determinadas horas de escaparates o edificios vacíos, cierre de puertas a la calle cuando funciona la calefacción o el aire acondicionado- no buscan luchar contra el cambio climático o frenar el derroche de una energía que se acaba, sino cumplir con unas obligaciones-recomendaciones europeas para que el gas ruso no siga siendo una medida de presión. 

¿Y cuál ha sido la respuesta de la sociedad al único esfuerzo en años amplio y realmente efectivo, aunque tímido y apocado? Oponerse por todos lados, de todas las maneras, aunque se acabe cumpliendo por miedo. Exigimos nuestro derecho al aire acondicionado por debajo de los 27 grados -y recordemos que en nuestros hogares estas medidas no entran- aun a riesgo de que a otro calurosísimo verano puede que no lo podamos poner, por citar un ejemplo.

El ahorro energético, por cierto, es la primera clave, y la más efectiva, para enfrentar la que se nos viene en cuestiones energéticas, por delante de la eficiencia energética incluso, o el desarrollo, nunca plenamente posible, de las energías de fuentes renovables, y más que los inventos que nos seducen, aunque tantas veces no sean realmente efectivos -coches eléctricos, hidrógeno verde...

Pero no, que ahorre el vecino, parece ser la sentencia final y eso me lleva a recordar las palabras que encontró Dante escritas en una puerta al llegar al Infierno: Abandonad toda esperanza, porque prácticamente siempre, por muy terribles que sean los problemas, puede quedar la esperanza de que si todo el mundo se une y lo enfrenta decididamente, pueda haber alguna posibilidad de ganar, o perder menos. Las esperanzas son sentimientos, pero si no se apoyan sobre una base real, de poco sirven. Si el más pequeño esfuerzo para arreglar esto sólo recibe contras y se admite a la fuerza, nada podemos esperar, porque nadie diferente a nosotras puede arreglar lo que nadie diferente a nosotras ha roto.

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