A quienes tratamos con más o menos
implicación, con mayor o menor acierto, de hacer algo para que no siga
deteriorándose el medio ambiente y la naturaleza en la que vivimos y de la que
vivimos, no deja de sorprendernos que
defender ese medio ambiente y esa naturaleza produzca tantas veces rechazo
o incomodidad o que su defensa no esté entre nuestras prioridades como especie
y sociedad, cuando dependemos absolutamente de lo que nos proporciona para
vivir dignamente e, incluso, para seguir existiendo.
¿Cómo es posible que
propuestas para remediar, evitar o suavizar efectos negativos en nuestra vida
cotidiana -o en el futuro que vamos forjando para quienes vendrán- despierten
recelo o rechazo, cómo podemos estar tan tranquilas cuando son evidentes e
innegables los efectos desastrosos del cambio climático, el agotamiento de
recursos naturales, la contaminación o la pérdida de biodiversidad, por citar sólo
unos ejemplos?
Encontrar respuestas a esas
preguntas es una labor constante en los ambientes relacionados con la
protección y defensa del medio natural porque, de ser encontradas, sin duda
valdrían su peso en oro.
He querido buscar un poco de
luz a incógnitas que, en definitiva, nos dificultan salir de este enorme
embrollo en que nos hemos metido y he formulado esta pregunta del millón –aunque más bien lo que valdría un millón son
sus posibles respuestas- a personas relacionadas con el medio ambiente y la
naturaleza en ámbitos muy diferentes –educación, activismo, investigación, salud,
periodismo, política, economía, sindicalismo, ciencia- para que me ayuden,
junto a otras opiniones desde semejantes ámbitos ya emitidas, a tratar de
buscar respuestas a esa trascendental pregunta.
¿Por qué se
percibe lo relacionado con la conservación y defensa del medio ambiente como
algo negativo y a la sociedad le cuesta ver lo fundamental que es para nuestra
existencia?
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