domingo, 20 de noviembre de 2022

Libros que se leen con una sola mano. Cambio climático para principiantes

Utilizando la expresión futbolística, "a estas alturas del campeonato" los únicos principiantes que debería haber respecto a todo lo relacionado con el cambio climático, el calentamiento global, etc. etc. deberían ser los niños y niñas, aprendiéndolo en las escuelas. Al fin y al cabo, el cambio climático es uno de los tremendos problemas a los que se enfrenta la Humanidad y que amenaza -o ya lo hace, poco a poco- con llevarnos por delante como especie. Pero como la triste realidad es muy distinta y, seguramente, hay más españoles y españolas que apenas saben nada del cambio climático -vaya, lo que oyen en las noticias- o que no quieren saberlo que los que lo tienen claro, el libro de la meteoróloga Isabel Moreno es justo, necesario e imprescindible. Como imprescindible debería ser que se leyera, comentara y aprendiera en escuelas, institutos y universidades.

Necesitamos, sin duda, saber lo más básico de este "fenómeno" que hemos creado para ir más allá: enfrentarlo, mitigarlo, adaptarnos a él... y refutar las mentiras que un sinfín de ignorantes y malvados nos cuentan, muchas veces con extraordinarios medios que les facilitan los más culpables y beneficiados de este desastre. Y digo esto aunque hace tiempo que me niego a debatir sobre el asunto -como sobre el holocausto judío o si Elvis Presley sigue vivo-: no hay nada que debatir, muchísimo que hacer y no hay dos opiniones, sino una evidencia científica y empírica indiscutible. Otra cosa es que no esté demás poner en su sitio de vez en cuando a quienes confunden programas o tribunas con barras de bar.

Así, es muy de agradecer la línea "didáctica" de este libro, parándose cuando es necesario para explicar detalles concretos, significados de asuntos confusos, siglas e instituciones e, incluso, enganchar con explicaciones que parecen anecdóticas pero son fundamentales -no, el deshielo del Ártico no sube el nivel del mar, porque el Ártico es sólo hielo, pero sí lo suben, y mucho, las masas congeladas sobre tierra firme, con las de la Antártida, Groenlandia o los glaciares. Viene bien saber porqué, pese a la existencia del cambio climático, puede haber olas de frío o "Filomenas", que la subida del nivel del mar o de las temperaturas no es en todas partes igual -o incluso en algunos sitios puede descender- pero, quizá sobre todo, sencilla y cercanamente explicado, que el cambio climático es descontrol, un poner patas arriba el clima que toma derroteros incontrolables, porque un mal alimenta otro mayor y la ola va creciendo sobre nosotras.

Y después de conocer viene el qué hacer para que esto no vaya a más -y queda claro que muchas cosas ya no tienen remedio-, y el qué hacer significa que aún se puede hacer algo... o que hay que hacer mucho para no ir a peor, porque las consecuencias de nuestra actividad de ahora mismo, y de décadas anteriores -sobre todo en nuestro mundo desarrollado- se quedará ahí para muchos muchos años.

Para mi gusto, digámoslo así, este libro tiene un pero que, a diferencia de lo que suelen hacer los pero, no lo invalida ni mucho menos. Pero, aunque la esperanza es necesaria -porque si no ¿para qué vamos a hacer nada?- y tiene su fundamento, se deja demasiado campo a las posibilidades que nos quedan, más aún cuando prácticamente hacemos poco o nada, o tanto como al contrario. Es duro, me consta, decir a la gente que lo hemos hecho muy mal, que por mucho que hagamos esto será catastrófico -pero, insisto, si seguimos igual... lo mismo hasta desaparecemos- pero los mensajes blancos, suaves, para que nadie se moleste, evidentemente no han servido de mucho hasta ahora y muchas veces dejar puertas abiertas sólo sirve para que nos sigamos dando plazos, como tanto les encanta a los habituales de las COP y del "hoy no, mañana".

domingo, 6 de noviembre de 2022

Nos estamos olvidando del agua

En estos revueltos tiempos -que algunos aún quieren ver como un capítulo más que se acabará olvidando- hablamos de, y nos preocupan, temas tan cotidianos como la escasez de gas, la posibilidad de apagones, el precio de la electricidad o si tiritaremos cuando llegue, si llega, el frío. Todo ello pertenece, sin dejar de ser prosaicos, a unas profundas reflexiones que deberíamos haber realizado hace mucho. Y es lógico, ya digo, que nos preocupe el precio, la escasez o el desabastecimientos de materias primas que creíamos infinitas o, al menos, permanentemente aseguradas... Pero nos estamos olvidando de la más importante -sólo superada por el aire-.

Cierto que la posibilidad de pasar frío, no poder cambiar el coche, tener que racionar la electricidad o que el móvil ya no sirva -por moda u obsolescencia programada- es grave, pero es que sin agua tenemos  los días contados. Sin agua nos morimos, directamente, sin agua no se pueden producir alimentos, sin agua nos enfrentamos a muchas enfermedades. Aún así, y metidas de lleno en una terrible sequía, el agua está en segundo plano y eso que no sólo se trata de que haya agua sino de que ésta sea potable, un "más difícil todavía".

Anticipar, para quien no lo sepa, que la reducción de la disponibilidad de agua dulce no es un problema de ahora ni lo va a resolver una temporada de lluvias, que el panorama futuro se presenta peor aún -menos agua, más personas demandándola-, que el cambio climático atiza la mala situación y que es otra altísima amenaza para la amenazada paz mundial. Así las cosas, y por duro que resulte, vamos a fijarnos sólo en dos cuestiones, una nacional y otra internacional, donde el agua debería representar una de las grandes prioridades, si no la que más. 

En nuestro país -sumidos ahora mismo en una sequía que nos hace soñar con la lluvia- el problema no es sólo la escasez de agua en gran parte del territorio, un problema que no hace más que agrandarse, sino la mala calidad, por contaminación, de los acuíferos que, en muchos casos, son la principal fuente de suministro. Hace un mes la organización ecologista Greenpeace lo documentaba sobradamente, ofreciendo un panorama de un 44% de las masas de aguas subterráneas en mal estado y buena parte del resto en riesgo de estarlo. Esto puede ser por cantidad -se extrae mucha más de la que se repone lo que hasta el más lerdo entiende que lleva al agotamiento-, por contaminación, -especialmente de nitratos procedentes de una agricultura insostenible que lleva décadas lastrando su propio futuro, aunque también se encuentran en las aguas que deberíamos beber pesticidas y plaguicidas y metales- y la salinización de aguas subterráneas donde, por el mal uso de los pozos, el agua salada se mezcla con el agua dulce.

Quizá más grave todavía es que con esta situación y esas evidencias no se dejen de construir piscinas privadas -lógico, los veranos cada vez son más calurosos y largos-, se mantengan trasvases para cultivos insostenibles, como decía, o la agricultura no se autorregule, aunque sólo sea por la cuenta que le tiene. Vemos el agua como algo que sale por el grifo y mientras salga no queremos ver nada más, aunque la próxima vez que abramos sólo salga barro.

Vayamos ahora fuera de nuestras fronteras a ese mundo que flirtea a diario con una guerra de efectos catastróficos para hablar de conflictos semejantes al, según los medios, único existente, y que se alimentan, o tienen pequeños estallidos de momento, en relación directa con la escasez de agua dulce y potable. Obviamos, sólo en estas líneas, todos los conflictos de menor interés para nuestra opinión pública y terribles para las personas, que ya están en marcha por la escasez o ausencia de agua -la invisible guerra de Darfur tiene sus raíces en la disputa por el agua y la olvidada de Siria tuvo su detonante en terribles años de sequía en el Creciente Fértil, otros muchos latentes y sin relevancia mediática o todo lo mucho que tienen que ver las sequías en las crisis de refugiados y emigrantes que aspiran a llegar a Europa. Todo ello para irnos al Asia Central, un polvorín que, éste sí, nos puede acabar preocupando en el mundo desarrollado.

Tratemos de resumir la situación: los recursos hídricos de la región se basan en dos ríos, el Amu Daria y el Syr Daria. Ambos desembocan en lo que queda del otrora cuarto mayor lago del mundo, el mar de Aral. Como se ve en el mapa adjunto, parten de Kirguistán y Tayikistán y pasan, de diferente manera, por Turkmenistán, Uzbekistán y Kazakistán. En la relación de riqueza en recursos naturales, los dos primeros son ricos en agua pero los otros tres son ricos en hidrocarburos. En resumidas cuentas, unos tienen agua y otros energía.

Durante la Unión Soviética no había problemas -aunque la explotación de estos ríos por el régimen soviético para el cultivo de algodón acabó casi destruyendo el mar de Aral, provocando una descomunal pérdida de recursos alimenticios en la región y dando lugar a una catástrofe medioambiental-: toda la zona era una unidad controlada desde Moscú y los recursos eran compartidos entre todos. Acabado el régimen soviético, surgieron estos cinco países con intereses contrapuestos. Los que tienen energía obtienen mayores beneficios vendiéndola al exterior y sumiendo en escasez energética a Kirguistán y Tayikistán que, en ese caso, bien para presionar a sus vecinos ricos en gas y petróleo, o para surtirse de energía hidroeléctrica, construyen presas o reducen caudales según convenga.

Esta es una situación completamente explosiva cuando estamos hablando, simplemente, de que puedan comer, beber o calentarse millones de personas -o simplemente no morir en un hospital por falta de electricidad- y es fácil suponer lo catastrófico que resultaría un conflicto en esta zona para el resto del mundo. Un conflicto, por otra parte, que ha tenido ya suficientes episodios para poder estallar en cualquier momento -más como está el patio y las ganas de muchos de entrar en guerra o que otros entren por ellos. A modo de anexo, relacionamos algunos de los "incidentes" que se han dado en años pasados en la región, directamente extraídos del IGADIObviamente una cada vez menor disponibilidad de agua -incluso en regiones que siempre hemos asociado a grandes lluvias, ríos, lagos y acuíferos- acrecienta el riesgo de estallidos bélicos en esta zona y su contagio a muchas otros países.

Sin duda no debemos obviar los graves problemas energéticos que hemos creado y que, precisamente la lucha por acaparar los que quedan, disfrazada siempre de nobles sentimientos, no hace más que encarecer, pero el "sin agua no hay vida" debería estar presente en cada una de nuestras grandes y pequeñas decisiones a nivel personal, como sociedad y de los gobiernos que tenemos. El riesgo que corremos no debería tener que explicarse más.




ANEXO

En 1993 el uso por Kirgyzstán de aguas del Syr Darya para la producción hidroeléctrica en invierno causó escasez de agua en toda la zona irrigada de Uzbekistán. Si Tadjikistán y Kirgyzstán reducen –debido a las presiones- esta fuente de energía incrementan su dependencia del carbón kazako o del gas uzbeko pues no cuentan con combustiles fósiles suficientes. En consecuencia Kazakhstán y Uzbekistán los usan como un medio de presión y sus exportaciones son muy irregulares.

Los tadjikos cierran frecuentemente el canal Bokent, que abastece a la provincia uzbeka Batken.

En represalia por la suspensión del envío de gas uzbeko a Kirgyzstán en el invierno 1998-99, los kirguises abrieron el reservorio Toktogoul e inundaron la mayor parte de los campos uzbecos. El siguiente verano limitaron el volumen de agua enviado, destruyendo una buena parte de los cultivos uzbekos. Incidentes similares se reiteraron en 2001 con catastróficos resultados.

Por otra parte, Uzbekistán tiene algún control sobre el abastecimiento de agua al sur de Kazakhstán, que en algunas etapas ha reducido, provocando protestas de los campesinos kazakos así como disputas gubernamentales entre ambos Estados.

Uzbekistán también empleó medidas de retorsión contra Tadjikistán, negándole abastecimiento de gas y también el acceso a las rutas uzbekas que Tadjikistán requiere para comunicarse con territorios propios.

En julio 1997 Kirgyzstán dejó de considerar al Syr Darya como un bien común, codificó y gravó el derecho a su uso y demandó a los Estados de esta cuenca ayuda financiera para mantener reservorios instalados en su territorio. Además indicó que si Uzbekistán no pagaba, vendería el agua a China.

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