Ante esta situación estamos reaccionando y
buscando desarrollar alternativas en todos los ámbitos de nuestra existencia:
producción, consumo, transporte, energía, alimentación… Nos cuesta poco nombrar
a esas alternativas como ecológicas, verdes, limpias… pero, en determinados
casos, un análisis reposado nos puede
llevar a la conclusión de que las cosas no son como parecen e, incluso, algunas
de esas alternativas pueden resultar contraproducentes para lo que se pretende.
A mi entender, y al de otras personas, el coche eléctrico, en pleno “boom” expansivo, es uno de esos casos.
El coche eléctrico tiene grandes e indiscutibles ventajas: no emite CO2 al circular, reduce notablemente la emisión de partículas peligrosas para nuestra salud, son mucho menos ruidosos que los convencionales y aprovechan mucho mejor la energía que reciben, resultando hasta seis o siete veces más eficientes que los que se mueven con derivados del petróleo. Hasta ahí todo correcto… hasta que abrimos el plano.
Pero aquí, también, no hay que dejarse llevar
por las apariencias: si el mismo modelo de coche emitirá menos CO2 al consumir
energía eléctrica en lugar de gasolina –aunque, insisto, seguirá emitiendo
cantidades importantes- si se recarga en nuestro país, ¿qué ocurrirá en otros
países más dependientes del petróleo o el carbón y con menos regulaciones
medioambientales? No debemos olvidar, en este caso, que el cambio climático es
una cuestión planetaria, que el hecho de que el CO2 salga hacia la atmósfera
desde un lugar u otro no nos libra de sus consecuencias. Podemos pensar,
también, que ese futuro que nos anuncian de energía producida íntegramente a
través de fuentes renovables nos llevará, cuanto esto ocurra –y si ocurre
alguna vez- a disponer de coches sin ningún tipo de emisiones… pero no debemos
olvidar que la producción de electricidad con energía eólica o solar también
produce, aunque en menor medida, gases que favorecen el calentamiento global.
Es fundamental no olvidarse de que las
emisiones de CO2 de cualquier automóvil, consuma un combustible u otro, no se
producen solamente cuando circula. La fabricación del vehículo –incluyendo
extracción de los materiales necesarios, transporte de estos, ensamblaje, etc.,
etc.- supone una parte muy importante en la cantidad de CO2 que emite a lo
largo de la vida del coche (Agencia Europea de Medio Ambiente) y fabricar un
coche eléctrico supone, aproximadamente, el doble de emisiones que un coche
convencional –ver cuadro adjunto.
Además, las enormes baterías de los coches
eléctricos (la versión eléctrica del Renault Clio, el Renault Zoe, porta una
batería de unos 300 kgs., 1/5 del peso total del vehículo) necesitan gran
cantidad de minerales, todos ellos, por supuesto, recursos finitos, como litio,
cobalto o tierras raras. Su minería, como toda en general, es muy contaminante
y su extracción consume grandes cantidades de energía. Por otra parte, una
generalización de la producción de vehículos eléctricos conllevaría el riesgo
de escasez o agotamiento de estos minerales y su producción puede dar lugar a
crisis geopolíticas, como ha venido ocurriendo con el petróleo (gran parte de
las reservas mundiales de litio están en una zona que comparten Chile,
Argentina y Bolivia mientras China controla casi toda la producción mundial de
tierras raras) o crisis humanitarias (las mayores reservas de cobalto se
encuentran en la R. D. del Congo, martirizada de por sí por las guerras por
minerales como el coltan o el oro)
La masificación del uso del coche eléctrico
necesita un aumento exponencial de infraestructuras tanto para su fabricación,
recarga como abastecimiento energético. Las actuales fábricas de automóviles
térmicos tendrán que adaptar su maquinaria e instalaciones, o crear unas
nuevas, para fabricarlos eléctricos, al igual que las fábricas de baterías. En
cuanto a los puntos de recarga, sólo en España, que actualmente tiene unos
5.000 en zonas urbanas, pasaría a haber dentro de 15 años unos 110.000, según
los cálculos de Red Eléctrica Española. Esta misma empresa calcula que cada millón de vehículos
eléctricos supone producir un 1% más de energía eléctrica y actualmente en
nuestro país circulan 24 millones de turismos y cerca de 2,5 millones de
furgonetas –además de otros tipos de vehículos- (Anuario 2018 DGT), por lo que
es fácil calcular el enorme aumento de producción eléctrica para sustituir
semejante parque. La creación de las infraestructuras necesarias, además del
aumento de producción eléctrica, conllevaría una enorme generación de CO2 y
otros gases en los próximos años sólo en nuestro país, con sobreproducción de
energía; mucho más en países con un menor desarrollo de estas infraestructuras.
Por último matizar algunas de las ventajas
del coche eléctrico. El motor de un coche eléctrico no emite ruido, lo que
reduce notablemente la contaminación acústica de las ciudades. Tanto es así
que, por Ley, tendrán que hacer ruido de 0 a 20 kms/h y en marcha atrás
(Reglamento Delegado (UE) 2017/1576 de la Comisión de 26 de junio de 2017),
para que se note su presencia. Pero el coche eléctrico puede ser ruidoso a
mayores velocidades, como lo es cualquier otro coche, por el rozamiento con el
suelo. En cuanto a partículas nocivas, en el caso de las PM10, formadas a partir de polvo, cenizas,
hollín, etc. los coches son responsables en buena parte de que queden
suspendidas en el aire –y acaben en nuestro sistema respiratorio-, entre otras
cosas por el desgaste de frenos y neumáticos y por la fricción de las ruedas
sobre el asfalto. A este respecto, el coche eléctrico, al ser más pesado, sería
responsable de un mayor número de ellas. Estos dos ejemplos vienen bien para no
olvidar que los problemas medioambientales y de salud que crea el automóvil no
están limitados al tipo de energía que consume, sino que tiene muchos otros
–que no corresponde detallar en este artículo- independientemente de que sean
térmicos o eléctricos.
Es de suponer que, como ha venido ocurriendo
con el coche convencional o con otras muchas tecnologías, el desarrollo del
mismo conseguirá reducciones en el consumo de materiales, mayor eficiencia
energética, materiales alternativos o menor contaminación en sus procesos pero
la realidad de la que partimos y que viviremos no sabemos durante cuánto
tiempo, es la relatada.
Y, tras todo lo visto, ¿cuál es, en mi opinión, el mayor problema del coche eléctrico? Que quienes conducimos asumamos o creamos la falsa idea de que son ecológicos, no contaminan, no contribuyen al cambio climático, y no tengamos reparo en seguir utilizando el coche como se viene usando hasta ahora o más, aumentando su número por familia o comprando vehículos cada vez mayores. En definitiva que, con la conciencia plenamente tranquila, sigamos haciendo lo mismo y más.
Entonces, si tanto los vehículos diésel como
los de gasolina son dañinos para la salud y el medio ambiente y contribuyen al
cambio climático y los coches eléctricos también tienen numerosos impactos en
esos ámbitos, ¿qué nos queda hacer?
Fuentes y bibliografía:
para la elaboración de este artículo, además
de las fuentes referenciadas en el propio texto, se han consultado, entre
otras, publicaciones relacionadas con el mundo del motor, como motorpasion.com,
autopista.es, forocochesletricos.com, sección de motor de El País, canal en
youtube de Juan Francisco Calero –periodista especializado en motor-, la web de
la Dirección General de Tráfico y la de Volkswagen. Así mismo, el informe de la Agencia Europea
de Medio Ambiente, Electric vehicles from life cycle and circular economy
perspectives. Sobre minerales utilizados en el coche eléctrico, número de marzo
de 2019 de la revista de medio ambiente y economía Ballena Blanca
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