Su autor, Siddharth Kara, también le ha echado valor para investigar entre gente que no quiere que la verdad del negocio del cobalto se conozca y descender -literalmente- al inframundo donde personas se transmutan en seres casi sin rostro. Y lo ha hecho, además, transmitiéndonos las voces de los seres que, esclavizados por la pura necesidad de sobrevivir, viven la miseria de la minería artesanal del cobalto cada minuto de sus vidas.
El mundo entero se ha lanzado al Congo -República Democrática del Congo- decidido a no dejar un gramo de cobalto en sus riquísimas entrañas, a obtenerlo de la manera más barata posible, a costa de quien sea, y dejando a cambio en el país unas migajas y una destrucción de tierras, ecosistemas, ríos, lagos que vivirán durante décadas un pueblo que respira ácido sulfúrico, lleva cobalto y uranio en su sangre y ha ganado, en el mejor de los casos, un dólar al día.
Y lo que más incomoda es que al otro lado, enfrente de esas tierras ocres, con aspecto de haber sido bombardeadas por meteoritos, de hombres con ropas desgastadas, niños con la cara cubierta de polvo, mujeres con las manos destrozadas de lavar mineral, está nuestro mundo, los colores de las pantallas de ordenador que funcionan con cobalto, los modelos glamurosos de teléfonos móviles que funcionan con cobalto o los cada vez más mejorados diseños de coches eléctricos que funcionan con cobalto y con los que queremos enmendar los daños irreparables de nuestra sociedad de consumo. Enfrente, pero relacionados, como nos muestra Cobalto rojo, porque si lo primero no fuera como es exactamente, lo segundo sería patrimonio de unos pocos y tendríamos un mundo muy diferente.
Siddharth Kara ha tenido otra gran virtud en el desarrollo de este libro. Ha sabido incrustar la Historia del Congo, todas los otros minerales y recursos que han alimentado el desarrollo del mundo y mantenido al país en la miseria, todos los hechos históricos que hacen posible hoy ese saqueo internacional en el que unen fuerzas congoleños corruptos y extranjeros ávidos de riqueza, porque las cosas no pasan porque sí y siempre hay un origen que pudo ser distinto.
Pero bueno, ahí está el libro, ahí están quienes lo están leyendo, quienes se están enterando de lo que pasa... De algo valdrá, ¿no?, ¿o tendrá razón esa sabia congoleña que le dijo al autor?:
Todos los días muere gente por el cobalto. Describir eso no cambiará nada.
Julián Gómez-Cambronero Alcolea
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