domingo, 22 de marzo de 2020

Apuntes para un libro vivo. No volvamos a la normalidad

Entre el sinfín de imágenes y noticias que nos llegan de todo el mundo estos días -y que, confinadas, seguimos más atentamente- veíamos las aguas de los canales de Venecia limpias, transparentes y con peces nadando en ellas debido a la ausencia de turistas. Hace unas semanas, cuando el coronavirus nos parecía "una cosa de esas de China", nos informaban de la drástica disminución de sus emisiones de CO2 por el parón productivo a que obligaba el confinamiento total de millones de personas. La casi nula circulación en las grandes ciudades ha limpiado el aire contaminado y, por ejemplo, en Madrid, el dióxido de nitrógeno está por los 30 mcg/m3, cuando suele superar los 80.

Por otra parte, la ciencia, señala la directa relación entre la propagación de epidemias con la deforestación, la destrucción de ecosistemas... la degradación medioambiental, en definitiva, que nos acerca a virus, hasta entonces "confinados" y acaba con barreras naturales que nos protegían de ellos; degradación, por otra parte, directamente relacionada con la manera en que producimos y consumimos.
Laura Spinney, periodista especializada en temas científicos, apunta, en su libro El jinete pálido, sobre la mal llamada gripe española, que cabe la posibilidad de que la Plaga de Justiniano en el siglo VI -una catastrófica pandemia de peste bubónica- y las mortandades producidas en América por las enfermedades "importadas" por los conquistadores, provocaran períodos de enfriamiento en el planeta, al reducirse la actividad humana y aumentar la extensión de bosques, consumidores de CO2.

Aguas más limpias, aire sin contaminación, conservar la naturaleza, todo lo que modere o no aumente el cambio climático significa, sencillamente, menos catástrofes, menos personas que mueren... Nuestra obsesión en estos momentos.

Estamos en días de inflexión, en confinamiento que podríamos utilizar para reflexionar sobre esa normalidad a la que deseamos volver. Una normalidad que nos depara, sin duda -hace unas semanas seríamos agoreros, ahora los agoreros salen todos los días en la tele y no los ponemos en duda- muchas más situaciones como ésta -mundiales, regionales, nacionales...- en un mundo donde abusamos de los antibióticos y dependemos  cada vez más de los medicamentos, donde reducimos la biodiversidad, y destruimos, arrasando selvas y bosques, las armas que desde la naturaleza siempre nos han defendido, donde el cambio climático y la degradación medioambiental nos abocan a crisis económicas, guerras, emigraciones incontroladas, hambrunas...

Aprovechemos esta crisis, no para hacer negocio puntualmente, o tras superarla -lo que no será posible por completo- volver a hacer lo mismo y con más ganas, sino para buscar una anormalidad positiva en la que dejemos de consumir como locos y alimentar un sistema productivo-consumista abocado a la quiebra por el agotamiento de recursos, para, a cualquier precio, vivir en lugares sanos, sin cargar en otras personas, que nunca conoceremos, nuestro bienestar y llegar a una salida común, que no excluya a nada ni a nadie.

Las grandes crisis humanas siempre han deparado saltos en nuestra Historia, unas veces para sumirnos en la oscuridad durante siglos, otras para ir decididamente hacia delante. Volver a lo mismo, la normalidad, nos empuja hacia atrás.

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