domingo, 27 de septiembre de 2020

Al hilo de... Ir de tiendas

Hace mucho que usar y comprar ropa es más que una necesidad básica y que el comprar y tener mucha ropa está al alcance de casi todo el mundo. Modelos caros o baratos llegan a toda la gente, ya sea en vestidos o trajes más o menos de diseño o en camisetas o vaqueros de poca calidad y corta vida.

Todo ello, por supuesto, repercute de forma dramática en nuestro planeta a todos los niveles. La ropa, cueste mucho o poco, busca ser elaborada de la manera más barata posible y la mejor forma de conseguirlo es fabricándola en donde salarios de miseria y regulaciones laxas o inexistentes sobre su impacto medioambiental son posibles.

Además se trata de que, en el caso de la más barata, sea especialmente mala, para que dure poco, para que lo que te ahorras en el precio, acabes perdiéndolo en tener que comprar mucha más ropa de la que se debería llevando prendas de calidad. Pero si no... para eso está la moda, que "envejece" las prendas, no por ellas mismas sino porque hay que ir cambiando a nuevos modelos porque si no tú misma estarás "pasada de moda", "anticuada"... aunque los modelos que hoy desechas por ese motivo, de aquí a unos años será "lo más".

Pocas cosas -aunque este sistema hace tiempo que se aplica a casi todo, desde coches a ordenadores- son tan de usar y tirar hoy en día como la ropa, que muchas veces -enredados en supuestas ofertas- se compra sin necesidad y se usa poco o nada. Tenemos así el paradigma del consumismo, del consumir-producir-consumir que es, en realidad, gastar materias primas para convertirlas cuanto antes en basura.

Tenemos así, también, grandes cantidades de emisiones de CO2 innecesarias, consumo de materias primas irremplazables -finitas, vaya-, contaminación masiva de productos químicos que van a ríos, mares... o a nuestro propio organismo, tenemos basura que no sabemos donde meter -el comercio de ropa usada sólo funciona en períodos de crisis económica. En definitiva, una de esas tormentas perfectas que presiona nuestro boqueante planeta casi sin darnos cuenta -no es tan visual como los atascos de coches contaminando por sus tubos de escape o los bosque arrasados que provocan desertización.

Las periodistas de Carro de combate están muy centradas en ello en estas semanas aportando, como siempre, evidencias de todo lo mal que se está haciendo -y estamos haciendo, como consumidores masivos de ropa-:

 ¿Has ido alguna vez a una tienda a comprar un vestido que habías visto días antes y ya no estaba? ¿Cuánto te ha durado la camiseta que te compraste el año pasado? ¿Cuánta ropa tiras cada temporada?

 Actualmente, las emisiones de Gases de Efecto Invernadero (GEI) de la producción textil global superan las de todos los vuelos internacionales y tráfico marítimo combinados.

 De 2000 a 2015, la producción de ropa se ha duplicado en el mundo hasta superar los 100.000 millones de prendas anuales.

 Se estima que algunas prendas se desechan tras sólo siete o diez usos.

 La moda es la segunda industria más demandante de agua, y genera alrededor del 20% de las aguas residuales del mundo, liberando anualmente medio millón de microfibras al océano.

 Según la Fundación Ellen MacArthur, del total de la fibra que entra en la industria textil, un 87% acaba en un vertedero o incinerada. «Cada segundo, el equivalente de un camión de la basura lleno de textil es tirado en un vertedero o quemado», dice la organización

 Y hay mucho mucho más...

jueves, 10 de septiembre de 2020

COVID19 / Crisis climática... Vamos a imaginar








Aunque la realidad ya nos ocupa y preocupa lo suficiente, vamos a evadirnos por un momento de ella, aunque no del todo. Vamos a imaginar, nos vendrá bien…

Vamos a imaginar que en los diez años anteriores a este aciago 2020 cada semana la OMS, la Universidad Johns Hopkins, el Imperial College… todas esas instituciones que de un tiempo a esta parte se nos han hecho familiares, junto a muchas otras y expertos, científicos, etc., nos hubieran estado informando y advirtiendo, tanto a las personas como a los gobiernos, siempre desde bases científicas y empíricas, de la plena seguridad de que a corto/medio plazo sufriríamos una pandemia de terribles consecuencias y que nos lo hubieran explicado con pelos y señales: un nuevo virus, muy contagioso, ante el que la ciencia no podría reaccionar de manera inmediata, ni mucho menos, se extendería en poco tiempo por todo el planeta, matando a cientos de miles de personas, colapsaría los sistemas sanitarios –incluso a los mejor preparados- y sólo podríamos combatirlo, al menos inicialmente, confinándonos durante semanas en nuestras casas y limitando drásticamente la movilidad por todo el planeta lo que, unido a lo anterior, desencadenaría una crisis socioeconómica descomunal.

¿Qué cara se nos habría quedado ahora, de no haber tomado medidas? ¿Cuánto lamentaríamos nuestra frivolidad al haber ignorado los mensajes claros y fundamentados que nos habían estado llegando? ¿Qué no daríamos por poder volver atrás y actuar de otra manera?

No una sino varias décadas son las que organismos internacionales, organizaciones, científicos, expertos, etc. etc. nos vienen informando, avisando, alertando de las gravísimas consecuencias que tiene para el planeta y la Humanidad la creciente degradación medioambiental que hemos desatado: contaminación, agotamiento de recursos naturales, cambio climático, desertización…


Nos lo han explicado con pelos y señales, desde bases científicas y empíricas, y cada vez nos detallan más  lo que puede llegar a pasar pero, más importante aún, nos han explicado cómo evitar llegar al colapso que estamos provocando: lo que hay que hacer y lo que hay que dejar de hacer para que los daños que ya son irreversibles nos sean menos dolorosos.

Nuestra respuesta, tanto como individuos, como sociedad o a nivel de instituciones a este cúmulo de señales y advertencias, no ya semanal, sino casi diario, cuando la ha habido, ha sido vaga, lenta, ineficaz… de espaldas a la realidad –salvo excepciones.

¿Qué la comparación que hago es inexacta? Sin duda.
Las consecuencias de la actual pandemia no son nada comparadas con las de un colapso medioambiental o climático. La actual crisis sanitaria nos ha dado una ligera idea de lo que puede ser una situación así: cuando faltaban EPIS, el personal sanitario tenía que arriesgar su vida, por mucho presupuesto que tuviera el hospital en cuestión; cuando no había mascarillas, teníamos que salir a la calle a cara descubierta, aunque con el saldo de nuestra tarjeta nos pudiéramos comprar mil.

La atinada y premonitoria serie francesa de televisión “El colapso” nos ha dejado claro lo que puede ocurrir en una situación en la que el dinero vale de poco y ninguna institución nacional, internacional o financiera puede ayudar, porque entonces hablamos de recursos verdaderos, no de asientos contables.
Ante estas líneas lo más fácil es llamar agorero… Exactamente lo que hubieran llamado a quienes nos hubieran advertido de la inminencia de una pandemia y de sus terribles consecuencias.

Pero de lo que se trata ahora es de ver si de una vez por todas vamos a hacer caso a las advertencias sobre a dónde caminamos destruyendo el medio ambiente, tras este ejemplo doloroso sufrido en carne propia de la pandemia de COVID 19, o esperaremos a que ocurra de verdad y, cuando no haya vuelta atrás, lamentaremos no haber hecho caso con todas las veces que nos lo advirtieron.

Hidrógeno verde, una revolución que cambia poco

La primera vez que escribí en Raíz y Rama fue en 2020 y lo hice sobre el coche eléctrico, entonces y ahora uno de los baluartes de la tra...