Aunque la realidad ya nos ocupa y preocupa lo
suficiente, vamos a evadirnos por un momento de ella, aunque no del todo. Vamos
a imaginar, nos vendrá bien…
Vamos a imaginar que en los diez años anteriores a
este aciago 2020 cada semana la OMS, la Universidad Johns Hopkins, el Imperial
College… todas esas instituciones que de un tiempo a esta parte se nos han
hecho familiares, junto a muchas otras y expertos, científicos, etc., nos
hubieran estado informando y advirtiendo, tanto a las personas como a los gobiernos,
siempre desde bases científicas y empíricas, de la plena seguridad de que a
corto/medio plazo sufriríamos una pandemia de terribles consecuencias y que nos
lo hubieran explicado con pelos y señales: un nuevo virus, muy contagioso, ante
el que la ciencia no podría reaccionar de manera inmediata, ni mucho menos, se
extendería en poco tiempo por todo el planeta, matando a cientos de miles de
personas, colapsaría los sistemas sanitarios –incluso a los mejor preparados- y
sólo podríamos combatirlo, al menos inicialmente, confinándonos durante semanas
en nuestras casas y limitando drásticamente la movilidad por todo el planeta lo
que, unido a lo anterior, desencadenaría una crisis socioeconómica descomunal.
¿Qué cara se nos habría quedado ahora, de no haber tomado medidas? ¿Cuánto lamentaríamos nuestra frivolidad al haber ignorado los
mensajes claros y fundamentados que nos habían estado llegando? ¿Qué no
daríamos por poder volver atrás y actuar de otra manera?
No una sino varias décadas son las que
organismos internacionales, organizaciones, científicos, expertos, etc. etc.
nos vienen informando, avisando, alertando de las gravísimas consecuencias que
tiene para el planeta y la Humanidad la creciente degradación medioambiental
que hemos desatado: contaminación, agotamiento de recursos naturales, cambio
climático, desertización…
Nos lo han explicado con pelos y señales,
desde bases científicas y empíricas, y cada vez nos detallan más lo que puede llegar a pasar pero, más importante aún, nos
han explicado cómo evitar llegar al colapso que estamos provocando: lo que hay
que hacer y lo que hay que dejar de hacer para que los daños que ya son
irreversibles nos sean menos dolorosos.
Nuestra respuesta, tanto como individuos,
como sociedad o a nivel de instituciones a este cúmulo de señales y
advertencias, no ya semanal, sino casi diario, cuando la ha habido, ha sido
vaga, lenta, ineficaz… de espaldas a la realidad –salvo excepciones.
¿Qué la comparación que hago es inexacta? Sin
duda.
Las consecuencias de la actual pandemia no
son nada comparadas con las de un colapso medioambiental o climático. La actual
crisis sanitaria nos ha dado una ligera idea de lo que puede ser una situación
así: cuando faltaban EPIS, el personal sanitario tenía que arriesgar su vida,
por mucho presupuesto que tuviera el hospital en cuestión; cuando no había
mascarillas, teníamos que salir a la calle a cara descubierta, aunque con el
saldo de nuestra tarjeta nos pudiéramos comprar mil.
La atinada y premonitoria serie francesa de
televisión “El colapso” nos ha dejado claro lo que puede ocurrir en una
situación en la que el dinero vale de poco y ninguna institución nacional,
internacional o financiera puede ayudar, porque entonces hablamos de recursos
verdaderos, no de asientos contables.
Ante estas líneas lo más fácil es llamar
agorero… Exactamente lo que hubieran llamado a quienes nos hubieran advertido
de la inminencia de una pandemia y de sus terribles consecuencias.
Pero de lo que se trata ahora es de ver si de
una vez por todas vamos a hacer caso a las advertencias sobre a dónde caminamos
destruyendo el medio ambiente, tras este ejemplo doloroso sufrido en carne
propia de la pandemia de COVID 19, o esperaremos a que ocurra de verdad y,
cuando no haya vuelta atrás, lamentaremos no haber hecho caso con todas las
veces que nos lo advirtieron.
Más claro, agua.
ResponderEliminarAcabo de ver la serie completa de El Colapso y, aunque me guste su realización y me parezcan muy creíbles los personajes que pinta, creo que le falta dar una idea del nivel de violencia colectiva que se puede llegar a desarrollar, en especial en las ciudades. La supervivencia nos desequilibrará hacia nuestro lado animal y ahí se liberarán miedos y ansiedades que no imaginamos. La 'crisis del papel higiénico' al principio de la pandemia del C-19, con gente riñendo por unos rollos de papel, es una muestra cómica de por dónde puede ir la tragedia. Porque ya no será cuestión de higiene sino de vida o muerte.