domingo, 20 de diciembre de 2020

Colapso, aunque cerremos los ojos

Para los que este inolvidable 2020 hemos visto la serie francesa de televisión El colapso -más que una ficción, una teoría sobre cómo puede ser la realidad- y leído Petrocalipsis de Antonio Turiel -impactante por su claridad- sólo nos quedaba rematar el año con Colapsología de Pablo Servigne y Raphaël Stevens -Comment tout peut séffondrer, en su título original en francés-. Tras ello, además de merecernos una mención por nuestra valentía, no podemos tener duda de que el colapso de nuestra sociedad tal como la conocemos está a pocas décadas -muy pocas- de ocurrir y que será mucho peor -pero mucho peor- que el escenario que hemos conocido con la pandemia.

Lo peor de todo, quizás, es que no se trata de opiniones o creencias, sino de hechos, de un mecanismo que pusimos en marcha hace mucho tiempo y que hemos ido acelerando hasta hacerlo imparable y ante el que, como en Colapsología se dice, citando a Clive Hamilton, "los deseos inútiles no bastarán"

Colapsología, en su parte técnica, incide en todas las evidencias que Antonio Turiel nos cuenta en su Petrocalipsis: unos recursos renovables a los que no concedemos ni el descanso necesario para que, precisamente, se renueven -agua, pesca, suelos, bosques-, unos recursos no renovables que superan o se acercan a sus picos, tras lo que desciende su producción -petróleo y demás recursos minerales-, una sociedad asentada en un enorme consumo energético que no deja de crecer y unos "refugios" ante todo ello que tenemos depauperados o heridos de muerte -ecosistemas, biodiversidad. Por lo demás sus autores -que lo publicaron en Francia hace cinco años- nos hablan claramente de un colapso -que puede ocurrir de determinadas formas- tras el que nada volverá a ser lo mismo... y algunas o muchas cosas dejarán de ser.

Esta entrada viene a reflejar muy bien lo que han sido las entradas de este blog en este año, que recordaremos como el de la pandemia pero en el que, por ejemplo, también se ha empezado a hablar -y a mostrar- sin tapujos de la terrible situación que se nos viene encima. Será quizá que se ha perdido el miedo a que te tachen de agorero, porque a los "agoreros" que predecían una pandemia como ésta, hoy se les respeta. O quizá, también, porque es el último recurso para que hagamos algo, que no evitará el colapso, pero reducirá sus efectos o nos servirá para encauzarlo y que no sea el definitivo. Al fin y al cabo, como dice Hans Jonas, "la profecía de la desgracia está hecha para evitar que ésta se produzca"

Allá cada cual, claro, aunque lo que hagamos o dejemos de hacer podrá ser una decisión individual pero con efectos colectivos -como juntarse mucha gente o no llevar mascarilla significa respecto al coronavirus- pero abandonemos de una vez máximas que nos han servido de argumento o excusa para no hacer el cambio radical que, quizá, podría haber evitado el colapso: dejemos ya el imposible desarrollo sostenible -en el que yo creía a principios de siglo-, desconfiemos definitivamente de las grandes cumbres internacionales -en las que nunca creí- que toman decisiones que no se aplican, abandonemos el reciclaje -a estas alturas todavía no mayoritario, un mal menor siempre- como bandera de las "medidas de protección del medio ambiente" porque hace falta, en ese y otros asuntos, acciones mucho más profundas, desengañémonos -incluidas las organizaciones ecologistas- de que las mal llamadas "energías renovables" puedan suplir a los combustibles fósiles, mucho menos de manera limpia.

Las cosas son como son y, como oí decir hace poco a un médico, "contra los hechos no hay argumentos" Cerrar los ojos no frena al coche que viene directo hacia nosotros, ni lo desvía. Vean El colapso, quizá sus imágenes sirvan más que las palabras y los datos y podamos abrir los ojos, pero abrámoslos. Ya no va a haber más timbres anunciándonos que tenemos que volver a la sala si no queremos perdernos la representación.

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