Se nos va metiendo en la cabeza, muy poco a poco, que hay que emitir menos CO2, que tiene consecuencias muy malas, que hay que hacer algo para gastar menos gasolina, diesel, carbón. Que hay que usar menos el coche, o comprarse uno eléctrico, no sudar con la calefacción... En fin, por lo menos nos lo planteamos. Pero obviamos, mientras tanto, otras fuentes de emisión de CO2 y de contaminación en general que no estamos dispuestos a abandonar o rebajar, incluso más bien a aumentar, y ni siquiera relacionamos con el cambio climático.
Eduardo Bayona sitúa el foco en el disparado crecimiento de la industria porcina -no hablemos de ganadería, son objetos, los cerdos, que se producen como cualquier cosa sin sensibilidad-, gran generadora de CO2 y de purines que, si bien tienen una buena aplicación en agricultura, una excesiva concentración de granjas provoca que contaminen el suelo y los acuíferos. Un crecimiento del 40% en la última década, más de un millón de animales muertos cada semana son algunos datos que demuestran como el crecimiento está fuera de control pero, además, la saturación de las zonas tradicionales está llevando a crear nuevas granjas por todo nuestro país, un país que puede ser sancionado por el mal tratamiento de los nitratos. Frente a quienes siempre ponen la creación de empleo y riqueza por encima de todo -medio ambiente, salud... desarrollo- citar estas palabras, que aparecen en el artículo:
"La ganadería industrial no solo no fija población,
sino que hace que se pierda la que hay –añade–. No es la salvación de la España
vacía sino la puntilla"
El consumo de carne, asociado en todas partes y tiempo al
desarrollo económico y a una mejora de la calidad de vida, nos la complica de
una manera que casi ni advertimos.