Es cierto que en esta fechas navideñas tenemos muchas cosas de las que hablar: del desbocado avance de la pandemia, de los contagios, de la saturación del sistema sanitario, de cómo o con quién comemos o cenamos en las fechas más destacables de estos días pero, ¿y del tiempo no vamos a hablar, no vamos a llevarnos las manos a la cabeza por temperaturas altísimas para la época, ausencia casi total de las necesarias heladas, etc. etc.?
Pues no, o no se habla o se habla como tantas veces: vemos a una meteoróloga anunciando con una sonrisa las navidades calurosas -¿sonreirá igual ante la noticia de un devastador incendio, unas inundaciones que ahoguen a varias personas, unos nunca vistos vendavales que arrasen con todo?-, a gente celebrando el poder estar bebiéndose una caña en una terraza de cualquier lugar de España el 31 de diciembre o bañándose en casi cualquier playa en Año Nuevo... para refrescarse. Cuando lleguen las Filomenas, las sequías o los destrozos de bienes y vidas porque "el tiempo está loco" no nos servirá de nada echarle la culpa a las multinacionales -recurso favorito para limpiar nuestra conciencia en tantos casos- Ni tampoco la fotografía en la playa con el gorro de Papá Noel.
Deberíamos hablar del tiempo... y más que hablar.
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