A todo esto el continente africano lleva ese mismo tiempo sumido en una miseria inhumana que, pese a haberse visto suavizada en general y, sobre todo, regionalmente, mantiene al pueblo africano encerrado en una vida sin futuro de la que parece imposible salir.
Hasta hace poco, los daños que producía el desenfrenado consumo de energías fósiles, que provocan el calentamiento global y el cambio climático, se citaban siempre a futuro, a muchos años vista porque en ese Primer Mundo dominante, las catástrofes que ya sufría el planeta eran o menores, o menos evidentes, mientras que los pobres de los "otros mundos" padecían desde décadas atrás sequías, inundaciones, guerras y hambrunas directamente relacionadas con el cambio climático. Esa asunción en el Primer Mundo de la gravedad de lo que pasa y pasará, fruto directo de "bofetadas de realidad" en plena cara por el desorden climático en el que estamos sumidas, ha hecho reaccionar -muy tímidamente- al planeta entero y ha llevado a tomar decisiones y asumir compromisos para cambiar lo que se daba, una transición ecológica, "verde", para, presuntamente, cambiar lo que se está haciendo y como se está haciendo para, supuestamente, evitar el desastre. Y para ello el objetivo principal es "descarbonizar" el sistema, reducir las emisiones de GEI drásticamente a nivel planetario... y de manera que nadie quede atrás.
Pero, si queremos ir reduciendo las emisiones de CO2 a nivel global, independientemente de la aportación que cada uno haya hecho a la acumulación ya irreversible de ese y otros gases en la atmósfera, ¿qué hacemos con los que apenas han contribuido al desastre, lo sufren pero apenas, también, se han beneficiado de sus ventajas? ¿Qué hacemos, por ejemplo, con África? ¿Imponemos la tabla rasa de nuestro intento de "cero emisiones" aunque, con 1.300 millones de habitantes, no representa ni el 4% de las emisiones mundiales?
Inevitablemente el desarrollo económico conlleva un elevado consumo de energía. Sin ella, los habitantes africanos no saldrán jamás de la miseria y, si bien, África parece tener enormes posibilidades de desarrollo de las llamadas energías renovables, sin duda, no pueden ser suficientes en un panorama de desarrollo -menos aún si el resto del planeta se lanza a producir con energías "renovables", en las que África siempre estaría a la cola-.
Tomemos el ejemplo de la República Democrática del Congo, un
país con cinco veces el tamaño de España y unos 100 millones de habitantes, en
los primeros lugares de las listas donde la pobreza, la desnutrición y las
enfermedades están más arraigadas. Cada congoleño o congoleña emite por término
medio 115 veces menos CO2 que un español o una española, en parte porque los gigantescos ríos de la Cuenca
del Congo y la biomasa copan la producción de energía en el país... y en parte
porque sólo uno de cada cinco habitantes de la RDC tiene acceso a la
electricidad. Si de por sí es difícil que el valor añadido de las innumerable
riquezas naturales de este país no se vaya al extranjero y repercuta en su
pueblo -debido al saqueo legal e ilegal que el mundo entero realiza en el
Congo- crear industrias que traten en el lugar de origen los minerales que se
extraen o creen un tejido manufacturero que evite una enorme dependencia
exterior para bienes de consumo resulta casi imposible por las evidentes
limitaciones de energía que tiene el país.
Y esto por no hablar de las famosas "cero emisiones netas" que, si bien no son aplicables a toda África si lo son a la RDC y países de la Cuenca del Congo, sumidero mundial de su CO2 pero, sobre todo, del nuestro.
Obviamente la solución tampoco pasa porque África salga de su miseria generalizada deforestando sus selvas o quemando todo su petróleo, gas y carbón -el 80% de la electricidad producida en Sudáfrica proviene del carbón y es uno de lo mayores emisores mundiales de CO2-, algo que, más pronto que tarde, le costaría muy caro. Pero no podemos ponernos "estupendos" a nivel global con la famosa descarbonización, poniendo el contador a cero a partir de ahora y arreglándolo todo con envío de millones que, en muchos casos, o no serán efectivos o carecerán de valor real.
La solución suena tanto a utopía que resulta arriesgado publicarla siquiera: que el Primer Mundo, desarrollado y causante principal del desastre, asuma, a cuenta de sus propias reducciones, el mínimo necesario de aumento de emisiones de lugares como África... Esto suena más utópico aún cuando, es fácil suponerlo -de hecho ya ocurre-, el Primer Mundo tapará sus vergüenzas -léase carencias- energéticas, mientras pueda, adueñándose de una manera u otra de todos esos recursos contaminantes que ahora les pedimos no utilizar a los africanos.
Este artículo no hubiera sido posible si en el excelente
trabajo de Aurora Moreno Alcojor en TRANSICIÓNVERDE Y PROTECCIÓNMEDIOAMBIENTAL. ¿UNA VERDADERAPRIORIDAD PARA LAS RELACIONESÁFRICA-EUROPA?
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