domingo, 22 de mayo de 2022

Volviendo al carbón en la era de la "descarbonización"

En mi tierra hay una expresión, ya en desuso, que es "se acabó el carbón" que se utilizaba cuando ya no se podía continuar con una actividad y que, por suponer, debe de estar relacionada con trenes que ya no podían continuar su recorrido. En nuestro mundo uno de los combustibles con más reservas, seguramente el que más, es el carbón que, a la par, es el mayor causante de emisiones de CO2 en su combustión.

Ninguna empresa que se precie, ningún político que aspire a algo, dejará de "apostar firmemente por la descarbonización del sistema" y hasta tenemos a personajes públicos, dirigentes de grandes empresas contaminantes, como José Ignacio Sánchez Galán, presidente de Iberdrola, recientes adalides de la descarbonización... pero una vez más a las palabras, o a los grandes acuerdos, como los que cierran todas las COP, se las lleva el viento. En este caso, el viento de la guerra, el descubrimiento de que la malvada Rusia tiene cogido al democrático Occidente por sus partes nobles en materia energética con el petróleo y, sobre todo, el gas, y hay que liberarse de ese yugo que Europa se puso voluntariamente. Como la falacia de utilizar el gas norteamericano -incluso el nigeriano y el qatarí- se sostiene sólo durante un rato, el plan de sustitución -seguramente imposible como lo tenemos montado y queremos seguir teniéndolo- hace volver a uno de los malos de la película, el carbón, y a guiñarle un ojo a otro, la energía nuclear -que a la mínima nos la presentarán como verde... y limpia.

Pero no nos engañemos, pese a proclamas, acuerdos y decisiones, el carbón sigue teniendo un peso fundamental en la economía y en la producción y consumo energético mundial. Cerca del 40% de la energía eléctrica se produce con carbón y las previsiones postpandemia que hacía la AIE eran de crecimiento del uso de este combustible. Es cierto, China y la India son los mayores responsables del consumo de carbón, tan cierto como que un altísimo porcentaje de sus emisiones de CO2 son nuestras, deslocalizadas para producir más barato lo que nuestra insaciable sociedad consumista necesita para no hundirse.

Así que, entre que lo que se acuerda no se cumple, se cumple despacio o tarde, y los pasos atrás que guerras, crisis y mantenimiento obcecado de no apostar, más allá de las "renovables", por el ahorro y la eficiencia, por el cambio radical de lo que hacemos, nos encontramos en una sucesión de círculos concéntricos cada vez más estrechos, en medio de los cuales estamos.

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