Después de leer "Amarga dulzura" no se vuelve a mirar igual el simple sobrecillo de azúcar que nos pueden poner con un café. Saber que para obtener un mísero sueldo un recolector debe dar cada día 130.000 vigorosos machetazos ya nos pone sobreaviso de lo que realmente vale cada grano de azúcar por insignificante que nos pueda parecer.
Hay tres aspectos en los que se fija este libro de investigación y que pone en entredicho la producción y el comercio de azúcar, sobre todo si proviene de la caña:
-el social. Resulta increíble, aunque fácilmente explicable, que la recolección de la caña de azúcar apenas esté mecanizada. Los sueldos de miseria e, incluso, las condiciones de semiesclavitud en muchos lugares en los que se recolecta no hace rentable la inversión en maquinaria
-el medioambiental. Pocos cultivos han contribuído tanto a la desforestación y la utilización de azúcar para agrocombustibles no hace más que aumentar la necesidad de encotrar tierras fértiles para cultivar caña de azúcar
-el de la salud. Es sobradamente sabido lo nocivo que resulta el consumo de azúcar. A ello se une su capacidad adictiva pero quizá lo peor es que vamos a consumir azúcar queramos o no, pues tres de cada cuatro alimentos que encontramos en un supermercado contiene azúcar, independientemente de que sea una pizza, salmón o una tarta.
De nuevo las periodistas del grupo Carro de combate desmenuzan con rigor un tema aparentemente inocuo pero trascendental para la economía, la salud, los derechos humanos y el medio ambiente dándole a ese sobrecito que quizás rechacemos o consumamos a medias el enorme valor que tiene.
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