A estas alturas nadie pone en duda que el petróleo tiene sus días contados. Se haya alcanzado el famoso "peak oil" o esté cercano, ni las propias petroleras, ni los países que basan no sólo su riqueza sino su existencia en la producción petrolífera pueden negarlo y, de hecho, van moviendo sus inversiones hacia otros negocios, en muchos casos relacionados con la energía o los consumidores de energía.
Pero eso no quiere decir que se vaya a abandonar la producción petrolífera. Quedan muchos años, por ejemplo, para que, según lo previsto, vayan a desaparecer los coches que consumen petróleo -y nadie asegura que no vaya a ser más tarde o que no sigan moviéndose en países pobres, como ocurre con otras prohibiciones que empiezan en los países ricos.
El petróleo sigue siendo un bien valioso -aunque cada vez más difícil de localizar y de extraer- y cada nuevo hallazgo se celebra. Y se busca donde antes no se hizo. Por supuesto, siempre habrá quien esté dispuesto a vender su naturaleza, su medio ambiente, el bienestar de su gente para que siga fluyendo petróleo.
África, cómo no, vuelve a ser el último reducto, junto al, por muchos, celebrado deshielo de los polos. Parques naturales de la R. D. del Congo -inacabable lugar de recursos y sufrimiento- o de Uganda, son los próximos.
El petróleo morirá matando aunque, también tenemos que saberlo, no se acabará nunca: quedará muchísimo, inalcanzable o inviable energética o económicamente, pero nadie que pueda sacarle provecho va a dejar tanto oro -aunque sea negro- bajo el suelo, nos cueste lo que nos cueste.
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