En días de, más que preocupación, ocupación, con mucho miedo añadido, por una posible pandemia mundial y con una evidencia de libro sobre la mala gestión de los vertederos, más que aprovechar que el Pisuerga pasa por Valladolid, es correcto aprovechar estos hechos para recordar la indisoluble relación entre la protección del medio ambiente y la salud... y evidenciar cómo, en nuestro ADN, público y privado, no las relacionamos.
Después de derrumbarse el vertedero de Zaldíbar y de ir saliendo a la luz -y al aire- todos sus peligros -además de la cruel muerte de dos personas- a casi todo el mundo le surge la pregunta: ¿a quién se le ocurre tener éso ahí?
Pero, tristemente, esto no deja de ser algo normal en el descontrol existente, por ignorar la importancia que tiene, en el cuidado de la naturaleza y de lo que le afecta.
En 2008, la Comisión Europea advertía a España para que cerrara 87 vertederos ilegales a los que iban a parar 660.000 toneladas de residuos cada año... No sirvió de mucho, y en 2017 caía la sanción porque 61 de ellos seguían operativos -todos ellos abiertos durante años.
Más de 30 millones de euros -esos que buscamos ahorrar por todos los medios, sanidad incluida- han costado ya las multas europeas por deficiente depuración de aguas en núcleos urbanos de más de 15.000 habitantes, lo que no quita que se sigan incumpliendo las normativas en otros muchos casos.
De todas estas evidencias se puede deducir, sin ningún profundo análisis, que en nuestro país ni nos tomarnos en serio la degradación del medio ambiente, ni el control de las basuras o las aguas residuales. Y esto, tampoco es difícil deducirlo, está directamente ligado con nuestra salud, más allá de riesgos de pandemias, y transcurre silenciosa y tediosamente.
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