domingo, 10 de mayo de 2020

Apuntes para un libro vivo. Veamos las cosas friamente

La inmensa cantidad de información que recibimos a diario -mucho mayor en estas semanas- junto a las prisas que nos marca nuestro sistema de vida, nos hacen recibir noticias que caducarán en horas y que pasan sin que nos dé tiempo a pararnos un momento, analizarlas con frialdad y calma y sacar el verdadero sentido que tienen.
A veces, quizá, habría que cogerlas y desmenuzarlas de manera muy sencilla, incluso con preguntas tontas, para asimilar lo que de verdad significan.
Tomemos un ejemplo.

Debido a las aglomeraciones de una gran ciudad como Madrid durante los horarios en que podemos pasear o hacer deporte, dentro de la suavización en el confinamiento que tenemos por la pandemia del coronavirus, y que pueden provocar contagios de este virus, su Ayuntamiento decidió el pasado viernes peatonalizar de ocho de la mañana a diez de la noche durante los próximos sábados, domingos y festivos, un total de 19 kilómetros en diferentes tramos de calles tan relevantes como el Paseo de la Castellana, la Calle Mayor, Fuencarral, Goya, Bravo Murillo... En total 235.000 metros cuadrados estarán cerrados al tráfico rodado.

Empecemos a hacer preguntas aparentemente tontas:
-¿para qué se toma esta medida?
-para que las personas no enfermen por el coronavirus, sufran, se vuelva a colapsar el sistema sanitario, e, incluso, puedan morir
Estamos, por lo tanto, ante una medida que beneficia la salud pública en general y perjudica a quien quiere desplazarse en coche por esas vías y en esos horarios.
Criterios de salud pública que se imponen a criterios de movilidad e, incluso, económicos -personas que no pueden acceder en su propio vehículo a realizar compras... ¿De qué me suena a mí ésto? Sí, Madrid Central, 472 hectáreas con el tráfico rodado restringido y con la intención de reducir, como así ocurrió, la contaminación en la capital de España.
Aquella medida recibió críticas de todo tipo y desde casi todos sitios -incluida la persona que ahora ha aprobado la peatonalización de esas calles ("Es urgente acabar con Madrid Central", declaraba hace casi un año en Telemadrid, su actual alcalde)
Es obvio que hay diferencias entre una medida y otra, pero sólo en lo superficial -calles ahora, en lugar de un área urbana, extensión de superficie peatonalizada, duración de la medida- pero el fondo es el mismo: reducir la movilidad, pese a quien pese, para salvar vidas.

-¿por qué la misma persona se enfreta completamente a una  medida y aprueba otra?
-porque detrás de la aprobada hay miles de muertos -con residencias geriátricas diezmadas, espacios especiales para acumular ataudes, etc. etc.-, muchos miles de personas y profesionales sanitarios enfermos y gravísimos daños para la economía, que un rebrote podría aumentar
-¿la contaminación urbana no produce esos efectos?
-según los ignorantes, no. Desde aquel señor que frente a la cámara se preguntaba reiteradamente "¿dónde está la contaminación, que no la veo?" y que es de suponer que ahora estará muy tranquilo, porque tampoco verá al coronavirus, hasta la mismísima máxima responsable de la salud pública de las personas que viven en la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso y su tristemente famoso "nadie ha muerto tampoco de ésto" referido a la contaminación en una entrevista en la SER el 2 de enero de este año. Pero según la realidad, la contaminación urbana mata todos los años, sólo en Madrid, a miles de personas, enferma a muchas más y produce importantes daños económicos.

-¿por qué hay, entonces, esa radical diferencia en la forma de actuar?
-puede resultar increíble, pero se ve a menudo en muchas otras situaciones. No me cabe duda de que si al final de un año se colocaran en un pabellón público de Madrid los ataúdes de las personas que han muerto prematuramente en Madrid debido a la contaminación urbana o estas muertes ocurrieran en unas cuantas semanas, en lugar de, discretamente, a lo largo de todo el año, Madrid Central sería exigido por la mayoría de sus habitantes e, incluso, por la mayoría de sus dirigentes. Se podría resumir brevísimamente con este refrán: Ojos que no ven, corazón que no siente -o mente que no razona, digo yo.
Es la sutil y trágica diferencia que hace que, a nivel global, destruyamos el medio ambiente y nuestro futuro.

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