Hace unas fechas comentaba el varapalo que había supuesto para el abandono del plástico en el que estábamos la presente pandemia, que nos había echado en brazos del plástico protector frente al virus. No obstante, esa lucha no se detenía, aunque tuviéramos que volver a empezarla desde mucho más atrás.
El artículo publicado en el diario Público por Alberto Vizcaíno, que comento y enlazo, es un buen ejemplo de ese trabajo que debe continuar y aumentar.
Razonemos el uso que hacemos de los plásticos para protegernos frente al coronavirus y racionemos éste, porque, como tantas veces, hay alternativas y no todas las ventajas son ciertas.
Como se apunta en el artículo, no podemos aislarnos del mundo en plástico -que también puede mantener el virus en su superficie durante un tiempo-, ni, por ejemplo, utilizar guantes en todo y para todo -como apunta el Ministerio de Sanidad- y debemos utilizar alternativas más sencillas y eficaces, como el simple lavado de manos, su desinfección con geles hidroalcohólicos o, la que más vidas habrá salvado, mantener la distancia social en todo momento -o evitar siempre cualquier tipo de aglomeración. Tampoco podemos caer en el absurdo y pretender realizar actividades a cualquier precio, aunque sea, como se cita, tumbarse en la playa empaquetado entre mamparas de plástico.
Desgraciadamente tenemos que combatir este virus con todas las armas posibles, que en muchos casos tendrán consecuencias posteriores, pero no podemos salir de una a costa de empeorar otra, y el consumo de petróleo para fabricar tanto plástico además de los residuos ingentes que no sabremos evitar, nos empujan, una vez más, a actuar de manera inteligente.
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