A estas alturas, las grandes máximas del cambio climático -que existe, que lo produce la actividad humana, que sus consecuencias son catastróficas- son incuestionables. Allá cada cual si quiere perder el tiempo dando cancha a quien ignora la evidencia científica y empírica, lo que sólo lleva a la inacción. Son otras las cuestiones que tocan, buscando un mayor conocimiento que redunde en evitarlo o mitigarlo: dejar claro que el cambio climático no es algo que está por venir -está aquí desde hace tiempo, aunque cada vez será peor- y que no conoce la equidad -no repercute más sobre los lugares o las personas que más han contribuido a su existencia sino sobre las personas y los lugares más débiles.
Aurora Moreno Alcojor, periodista de Carro de combate, experta, por lo tanto, en consumo y medio ambiente, y gran conocedora de África, nos lo deja bastante claro en su libro El cambio climático en África (XII Premio de Ensayo Casa de África)
Como los humanos sólo reaccionamos ante lo evidente y espectacular abre su ensayo con casos tan flagrantes de los efectos del cambio climático en África como la destrucción de la ciudad mozambiqueña de Beira en 2019 por el ciclón Idai, el colapso del agua potable en Ciudad del Cabo en 2018 por la sequía y el derroche y las recientes plagas de langostas que, mientras la pandemia se desataba -enero/abril de 2020- destruían sólo en Etiopía 1,3 millones de hectáreas de pastos. Y sí, ya sabemos, en clima las cosas no son tan sencillas, no hay una sola causa para un efecto pero, como bien explica, el cambio climático fue fundamental para que todo ello ocurriera.
Pero, desgraciadamente, los efectos del cambio climático en África no se limitan a puntuales y noticiables desastres y lo evidencian situaciones también llamativas como la desecación del lago Chad, la deforestación de la "Amazonía africana", la cuenca del río Congo o el avance de los desiertos. Sequías, incendios, desertización para un continente en el que la mayoría de la gente vive, o sobrevive, de la agricultura y la ganadería, en muchos casos depauperadas, lo que hace al continente africano más vulnerable que otros pese a ser inocente de este crimen que ha calentado el planeta: África emite el 3% de los gases de efecto invernadero y tiene a cuatro de los cinco países más vulnerables a nivel mundial.
Todo ello tiene, además de consecuencias planetarias, consecuencias humanas. Aunque para muchos aquí la llegada de inmigrantes no es más que un peligro sin causa aparente, lo cierto es que las migraciones son una manera natural de mitigar los efectos del cambio climático. Huir de unos campos muertos hacia otra parte es lo más lógico que cualquier ser vivo puede hacer y, con todo, como bien resalta la autora, la inmensa mayoría de las migraciones en los países africanos son internas. Cuando no queda otra, toca arriesgar la vida misma para venir a Europa, no precisamente para hacer turismo, sino para sobrevivir. Surge así el controvertido concepto de "migrante o refugiado climático" -25 millones de desplazados por desastres naturales contabilizó ACNUR en 2019- que es bien analizado en el libro.
Y al final, de lo que se trata, ¿hay soluciones? Las hay y en África, aunque podamos tener interiorizado que no saben hacer nada sin nuestra ayuda, las van poniendo en práctica pero, sí, solos no pueden, tienen demasiadas piedras en el camino, y muchas se las ponemos desde aquí. Pero no se trata de "ayuda", en el sentido de dar sin recibir -aunque lo hayamos cogido antes-, lo que pase en África repercutirá en lo que pase en nuestras vidas y una selva congoleña deforestada o unos desiertos más grandes desequilibrarán el clima mundial más aún.
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