Cierto que la posibilidad de pasar frío, no poder cambiar el coche, tener que racionar la electricidad o que el móvil ya no sirva -por moda u obsolescencia programada- es grave, pero es que sin agua tenemos los días contados. Sin agua nos morimos, directamente, sin agua no se pueden producir alimentos, sin agua nos enfrentamos a muchas enfermedades. Aún así, y metidas de lleno en una terrible sequía, el agua está en segundo plano y eso que no sólo se trata de que haya agua sino de que ésta sea potable, un "más difícil todavía".
Anticipar, para quien no lo sepa, que la reducción de la disponibilidad de agua dulce no es un problema de ahora ni lo va a resolver una temporada de lluvias, que el panorama futuro se presenta peor aún -menos agua, más personas demandándola-, que el cambio climático atiza la mala situación y que es otra altísima amenaza para la amenazada paz mundial. Así las cosas, y por duro que resulte, vamos a fijarnos sólo en dos cuestiones, una nacional y otra internacional, donde el agua debería representar una de las grandes prioridades, si no la que más.
Quizá más grave todavía es que con esta situación y esas evidencias no se dejen de construir piscinas privadas -lógico, los veranos cada vez son más calurosos y largos-, se mantengan trasvases para cultivos insostenibles, como decía, o la agricultura no se autorregule, aunque sólo sea por la cuenta que le tiene. Vemos el agua como algo que sale por el grifo y mientras salga no queremos ver nada más, aunque la próxima vez que abramos sólo salga barro.
Vayamos ahora fuera de nuestras fronteras a ese mundo que flirtea a diario con una guerra de efectos catastróficos para hablar de conflictos semejantes al, según los medios, único existente, y que se alimentan, o tienen pequeños estallidos de momento, en relación directa con la escasez de agua dulce y potable. Obviamos, sólo en estas líneas, todos los conflictos de menor interés para nuestra opinión pública y terribles para las personas, que ya están en marcha por la escasez o ausencia de agua -la invisible guerra de Darfur tiene sus raíces en la disputa por el agua y la olvidada de Siria tuvo su detonante en terribles años de sequía en el Creciente Fértil, otros muchos latentes y sin relevancia mediática o todo lo mucho que tienen que ver las sequías en las crisis de refugiados y emigrantes que aspiran a llegar a Europa. Todo ello para irnos al Asia Central, un polvorín que, éste sí, nos puede acabar preocupando en el mundo desarrollado.
Durante la Unión Soviética no había problemas -aunque la explotación de estos ríos por el régimen soviético para el cultivo de algodón acabó casi destruyendo el mar de Aral, provocando una descomunal pérdida de recursos alimenticios en la región y dando lugar a una catástrofe medioambiental-: toda la zona era una unidad controlada desde Moscú y los recursos eran compartidos entre todos. Acabado el régimen soviético, surgieron estos cinco países con intereses contrapuestos. Los que tienen energía obtienen mayores beneficios vendiéndola al exterior y sumiendo en escasez energética a Kirguistán y Tayikistán que, en ese caso, bien para presionar a sus vecinos ricos en gas y petróleo, o para surtirse de energía hidroeléctrica, construyen presas o reducen caudales según convenga.
Esta es una situación completamente explosiva cuando estamos hablando, simplemente, de que puedan comer, beber o calentarse millones de personas -o simplemente no morir en un hospital por falta de electricidad- y es fácil suponer lo catastrófico que resultaría un conflicto en esta zona para el resto del mundo. Un conflicto, por otra parte, que ha tenido ya suficientes episodios para poder estallar en cualquier momento -más como está el patio y las ganas de muchos de entrar en guerra o que otros entren por ellos. A modo de anexo, relacionamos algunos de los "incidentes" que se han dado en años pasados en la región, directamente extraídos del IGADI. Obviamente una cada vez menor disponibilidad de agua -incluso en regiones que siempre hemos asociado a grandes lluvias, ríos, lagos y acuíferos- acrecienta el riesgo de estallidos bélicos en esta zona y su contagio a muchas otros países.
Sin duda no debemos obviar los graves problemas energéticos que hemos creado y que, precisamente la lucha por acaparar los que quedan, disfrazada siempre de nobles sentimientos, no hace más que encarecer, pero el "sin agua no hay vida" debería estar presente en cada una de nuestras grandes y pequeñas decisiones a nivel personal, como sociedad y de los gobiernos que tenemos. El riesgo que corremos no debería tener que explicarse más.
ANEXO
En 1993 el uso por Kirgyzstán de aguas del Syr Darya para la producción hidroeléctrica en invierno causó escasez de agua en toda la zona irrigada de Uzbekistán. Si Tadjikistán y Kirgyzstán reducen –debido a las presiones- esta fuente de energía incrementan su dependencia del carbón kazako o del gas uzbeko pues no cuentan con combustiles fósiles suficientes. En consecuencia Kazakhstán y Uzbekistán los usan como un medio de presión y sus exportaciones son muy irregulares.
Los tadjikos cierran frecuentemente el canal Bokent, que abastece a la provincia uzbeka Batken.
En represalia por la suspensión del envío de gas uzbeko a Kirgyzstán en el invierno 1998-99, los kirguises abrieron el reservorio Toktogoul e inundaron la mayor parte de los campos uzbecos. El siguiente verano limitaron el volumen de agua enviado, destruyendo una buena parte de los cultivos uzbekos. Incidentes similares se reiteraron en 2001 con catastróficos resultados.
Por otra parte, Uzbekistán tiene algún control sobre el abastecimiento de agua al sur de Kazakhstán, que en algunas etapas ha reducido, provocando protestas de los campesinos kazakos así como disputas gubernamentales entre ambos Estados.
Uzbekistán también empleó medidas de retorsión contra Tadjikistán, negándole abastecimiento de gas y también el acceso a las rutas uzbekas que Tadjikistán requiere para comunicarse con territorios propios.
En julio 1997 Kirgyzstán dejó de considerar al Syr Darya como un bien común, codificó y gravó el derecho a su uso y demandó a los Estados de esta cuenca ayuda financiera para mantener reservorios instalados en su territorio. Además indicó que si Uzbekistán no pagaba, vendería el agua a China.
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