Transición energética es una expresión que cada vez se escucha más y que buscaría la inevitable -y durante mucho tiempo reclamada- necesidad de cambiar la base del modelo energético -combustibles fósiles- por otro tipo de energías -principalmente las basadas en fuentes renovables-, lo que necesariamente afectaría también al modelo productivo y de consumo y, en suma, al modelo económico. Esta transformación vendría obligada por el agotamiento de los combustibles fósiles -en su mayor parte- y de su inequívoca contribución al inequívoco cambio climático.
Más aún, el nuevo gobierno ha creado un ministerio -de Transición Ecológica- que además de ocuparse de los asuntos de medio ambiente tiene una acción preferente en adaptar la economía al nuevo modelo energético.
Pero a la par se está dando otra transición energética que tiene por principal objetivo seguir obteniendo beneficios con lo nuevo sin desechar lo viejo. De la misma manera que entusiasmados partidarios del CO2 se postulan ahora como los grandes descarbonizadores, los que han hecho negocio con el petróleo se apuntan también decididamente por sus alternativas, eso sí, sin dejar del todo el negocio de siempre.
El excelente suplemento de noticias sobre medio ambiente de La Marea lo dibujaba muy bien esta semana:
mientras en la R.D. del Congo, ese país de infinitos recursos y sufrimientos producidos por su saqueo, se podrían abrir dos reservas naturales a las prospecciones petrolíferas, empresas petroleras irrumpen con fuerza en el negocio de los coches eléctricos
Hace ya meses Repsol, Pemex, Total, BP, Shell y cinco grandes petroleras más han dejado sus diferencias para unir fuerzas de cara a todo lo que suene a energías renovables. Obviamente son los mismos que han mantenido desde siempre las bonanzas del petróleo y enfrentado a los alocados ecologistas y científicos que hablaba del cambio climático. Y, por supuesto, esa apuesta no implica el abandono de las extracciones petrolíferas que mantendrán, como buenos soldados, hasta la última gota... de crudo.
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