domingo, 23 de febrero de 2020

Al hilo de... ¿No vamos a poder hacer nada?

Al ecologismo se le suele acusar de ser una fábrica de prohibiciones. Como a todo movimiento que trata de cambiar profundamente las cosas -socialismo, feminismo, animalismo- se le tilda de puritano, de integrista, incluso.
¿No vamos a poder hacer nada? o preguntas similares se oyen cuando se informa, se muestra, se demuestra todas las actividades humanas, inocuas aparentemente, que dañan a la naturaleza y que, por lo tanto, nos acaban dañando a nosotras.

Tomando la noticia que enlazo, se podrá acabar pensando lo mismo: ¿quién se iba a imaginar que viendo tranquilamente la tele se podía estar provocando semejante cadena de desperfectos -emisión de CO2, calentamiento global, endurecimiento de fenómenos climáticos, catástrofes, emigraciones...- Pero, si damos el informe por bueno, es así: ver series en streaming consume muchísima energía, provoca enormes cantidades de Gases de Efecto Invernadero -incluso superando las muy dañinas de la aviación civil-... y todo ello ya sabemos lo que conlleva.
¿No vamos a poder ver la tele, siquiera? ¿Nos alumbramos con una vela y nos acostamos cuando se ponga el Sol?
En cuestiones medioambientales nos gustan especialmente caminar por los extremos y pasamos del derroche a la cruda austeridad -como en cuestiones económicas, por cierto-; parece que no sabemos manejar las tonalidades intermedias.

Lo primero es saber y asumir que toda actividad humana tiene importantes costes para el medio ambiente y los recursos naturales... Llenamos el vaso desde que nos ponemos en pié cada mañana -e, incluso, mientras dormimos.
Lo segundo, que vivimos en un mundo al borde de la saturación de residuos, contaminación, CO2, y con cada vez menos recursos... Tenemos el vaso al borde de rebosar, no podemos permitir nos lujos.
Pero, claro, tenemos que vivir, y comer, y trabajar, y distraernos... Pero como queremos seguir haciendo todo eso durante mucho tiempo y que lo sigan haciendo las siguientes generaciones, debemos dar cada paso -por cotidiano o rutinario que sea- sin olvidar el punto primero y el segundo, sin echarnos las manos a la cabeza por noticias o informes así -porque no es nada nuevo- ni atacar al mensajero -si no queremos taparnos los ojos, los oídos y la nariz.

El impacto medioambiental detrás de la serie en streaming a la que estás enganchado

domingo, 16 de febrero de 2020

Apuntes para un libro vivo. Ciudades humanas

Es domingo por la mañana. He dado un paseo haciendo el recorrido habitual, me he vuelto a sorprender una semana más: paso por una calle muy ancha -podrían estar aparcados coches a ambos lados y haber circulación holgadamente en ambos sentidos. 
A un lado hay urbanizaciones, al otro, un extenso recinto cerrado donde una vez al año se celebra durante una semana una gran feria agroganadera y el resto del año algunas ferias menores de fin de semana. Por esto último vienen bien esas anchuras, quizá durante 15 días al año. Es raro ver aparcado algún coche en esa calle -en las urbanizaciones disponen de aparcamiento y en la otra acera no vive nadie, claro.
El caso es que en toda esa ancha y larga calle no hay ni un solo árbol y la circulación es irrelevante el resto de los días del año.
El paseo dominical que cuento pronto será complicado: el Sol caerá de plano, sin casi refugio posible. Las propias casas de las urbanizaciones sufrirán el inclemente Sol de
esta tierra y el calor.
¿Qué tal una calle menos ancha y, en cambio, unas aceras un poco más anchas donde plantar árboles de hoja caduca que den sombra, purifiquen el aire, retengan y produzcan humedad -algo tan necesario en este secarral-, suavicen el clima y todas esas cosas que hacen los árboles?

Este largo prólogo es uno de los miles de ejemplos que podemos encontrar de cómo las ciudades, los pueblos, los núcleos urbanos, en definitiva, creados, lógicamente, para que vivan las personas, se supeditan a la circulación de coches hasta en sus más mínimos detalles, esos coches que contaminan, que pueden crispar la existencia con sus ruidos, que circulan tantas veces innecesariamente -y que acaban con miles de vidas al año por su contaminación y enferman a muchísimas más personas.
Estamos en pleno "boom" del coche eléctrico, vendido como una solución final a uno de los problemas que producen los coches térmicos y hablar de la verdadera alternativa, ciudades humanas, para que vivan los humanos en las mejores condiciones posibles, suena a muchos utópico, pero es más bien realista, mientras que el coche eléctrico reconvierte el problema, como ya iremos viendo.
Mientras tanto, recomiendo este artículo, que ha provocado esta entrada.

domingo, 9 de febrero de 2020

Al hilo de... ¿Agricultura ecológica no tan recomendable?

Si bien últimamente en mis publicaciones en este blog, y en algún otro sitio, estoy sembrando la duda sobre diferentes alternativas ecológicas -coche eléctrico, abandono del petróleo, transición ecológica, "boom" comercial verde- no es éste el caso, pese al título.
Simplemente propongo la lectura de un artículo que pone en cuestión las bondades de la agricultura ecológica y lo pongo porque, a diferencia de quienes con acción o pasividad están destruyendo el medio ambiente y la vida en este planeta, quienes, en la medida de nuestras posibilidades, tratamos de defenderlos, no podemos quedarnos en máximas, proclamas o verdades indiscutibles, sino ser críticas con todo, lo que nos gusta y lo que no, porque la mentira es el gran aliado de la destrucción, a fin de cuentas.

Sí, la agricultura ecológica no es tan bonita. Sí, no todo lo que dice ser alimento ecológico tiene porqué ser muy distinto de lo producido de manera industrial. Pero, aunque este artículo -que apenas voy a comentar en concreto, porque invito a leerlo- cumple su función informativa, no podemos, en este caso y en otros, quedarnos con los hechos aislados porque, repetiré siempre, todo está relacionado.

Necesitamos más producción, parece ser que es de lo que se trata, y sin fertilizantes químicos la producción es menor por lo que, o producimos poco, o necesitamos más terreno -deforestación- para producir lo mismo.
Pero claro, necesitamos producir más, pero no solamente hoy y ahora, sino por los siglos de los siglos. Una agricultura industrial quizá produzca más, pero agota la tierra, el agua, los recursos y nos depara un futuro de hambre.
Necesitamos producir más... pero en muchos casos ya producimos demasiado, aunque pueda sorprender la expresión, y se crean problemas con los productores, y se quedan cosechas enteras enterradas o destruidas.
Necesitamos producir más, pero cerca de un tercio de los alimentos que se producen no acaban en nuestro estómago, que es de lo que se trata.
Necesitamos producir más, pero no rentabilizamos lo que se produce por una manera ineficaz de alimentarnos -léase excesivo consumo de carne.

No podemos ver los problemas por separado. Debemos analizar cada cosa y no quedarnos en los titulares.

domingo, 2 de febrero de 2020

Al hilo de... El deterioro medioambiental y la guerra

Cuando he hecho alguna presentación del libro o he dado alguna charla -en los dos casos, mucho menos de lo que yo quisiera- soy consciente de que cuando me toca hablar de la relación entre guerra -o violencia, terrorismo, etc.- y la degradación a que estamos sometiendo al medio ambiente, cuesta entenderlo, cuesta, incluso, explicarlo.
Me gustó, por ello, cuando en un instituto, al fórmular yo la pregunta: "¿qué tendrá que ver la guerra con lo que le hacemos al medio ambiente?", una alumna diera una clara explicación de esa relación.
Me gusta, también por ello, el reportaje "La lucha contra Boko Haram también es climática" publicado en el último número de La Marea -inagotable fuente de atinados reportajes y artículos sobre medio ambiente, ya sea en esa publicación o en su hija, Climática.
Donde acostumbramos a ver fanatismo, violencia por violencia, guerra santa o terrorismo islámico, las autoras profundizan y ven más cosas.

La violencia se alimenta de desesperados y los terroristas también. La pobreza crea a los primeros y la falta de educación hace el resto.
El campo de actuación de Boko Haram, donde la mayoría de sus habitantes viven de la agricultura, sufre el endurecimiento de las condiciones climáticas que alienta el calentamiento global.
Por la región también se está viviendo el ocaso, ignorado, como tantas cosas en Occidente y por la mayoría de los medios de comunicación, del Lago Chad, reducido al 10% y del que vivían millones de personas de Nigeria, Chad, Camerún, Níger y la República Centroaficana gracias a su agua y a su pescado. La ayuda humanitaria trata de contrarrestar el sufrimiento de cerca de 11 millones de personas.

Siempre estarán, por supuesto, los ignorantes o malintencionados que dirán que "siempre ha habido sequías, siempre ha habido inundaciones... que no todo es culpa del cambio climático" Y es cierto, pero nadie puede ser ajeno a que éste multiplica los efectos de lo malo y así en esa zona las sequías son más frecuentes y las inundaciones peores -eso es el cambio climático, para quien lo quiera entender.
Y, por supuesto, la violencia de la zona no es patrimonio de Boko Haram, -donde muchos pueden resguardarse bajo esa máxima que alguien dijo una vez en el Congo: "es preferible cazar que ser cazado"- y ni siquiera es la peor, aunque por aquí sea la única que nos interese: las disputas por las tierras fértiles -eterna y sangrienta causa de guerras antes, ahora y siempre- ha causado en los últimos años muchas más muertes que la atroz violencia de este grupo terrorista.

Hidrógeno verde, una revolución que cambia poco

La primera vez que escribí en Raíz y Rama fue en 2020 y lo hice sobre el coche eléctrico, entonces y ahora uno de los baluartes de la tra...