La defensa del medio ambiente no es ajena a las miseria y grandezas humanas. Hemos visto aquí, más de una vez, cómo las cosas muchas veces no son lo que parecen, para bien y para mal, y a continuación vamos a ver dos ejemplos, uno de cada uno, ambos discutibles, porque en todas partes prevalencen los grises -del claro clarísimo al oscuro casi negro- sobre el blanco y el negro.
Conocido es que la organización de defensa de los derechos indígenas, Survival, tiene enfilada desde hace años a la organización conservacionista WWF, y no sin motivo, por la manera que tiene de entender, en muchos casos, cómo conservar la naturaleza.
De una manera más amplia, en días pasados Fiore Longo, directora de la organización en Francia y España resumía muy bien prácticas conservacionistas que hacen aguas:
Tanto en la América de siglo XIX como en gran parte de África y Asia en la actualidad, la “conservación” significa que los guardianes originales no pueden vivir en sus tierras ancestrales, pero los turistas (hasta esta pandemia global) podían viajar a ellas en sus vacaciones. A la gente local se le prohíbe cazar para comer, pero los extranjeros pueden cazar por deporte; las comunidades indígenas no pueden usar recursos de los que dependen para sobrevivir, pero encontraremos una forma de justificar la tala de árboles para tener un nuevo y lujoso mueble en el salón porque lo que tenemos parece ya un poco viejo.
Leyendo, leyendo, encontraba ayer mismo otras prácticas que, para algunas personas, viniendo de donde vienen, poco podían aportar a la defensa del medio ambiente o mucho otro podía haber por detrás, pero lo cierto es que los hechos ahí están, como lo están sus efectos beneficiosos, sin "efectos secundarios", que sepamos.
Me refiero a Laudato Tree, una iniciativa impulsada desde Irlanda para luchar contra el avance del desierto en África, desde una visión cristiana, y, en palabras del arzobispo de Armagh, por amor al Dios Creador y por el desarrollo humano integral -esto último, algo que falta en iniciativas como las resumidas más arriba. Siguiendo la Encíclica del Papa, Laudato si, de 2015, la "versión" irlandesa busca crear un muro de árboles de 8.000 kilómetros de largo y 15 de ancho entre Dakar y Yibuti. Cada donación de 60€ recibida por los organizadores se transforma en un árbol en Irlanda y cinco en África. Los resultados se van viendo en países como Ghana y Burkina Faso.
¿Dejamos los prejuicios y actuamos?
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