jueves, 22 de octubre de 2020

Libros que se leen con una sola mano... Petrocalipsis

Leer a Antonio Turiel no deja de ser, de alguna manera, un ejercicio de valentía, por lo que cuenta y como lo cuenta. Habla de cosas muy serias y dice lo que piensa, independientemente de que convenga o no -algo difícil de encontrar en estos tiempos. En este libro queda claro desde el título: Petrocalipsis, ahí nada menos. Y sigue con el subtítulo: Crisis energética global y cómo (no) la vamos a solucionar... Con el riesgo que conlleva colocar un NO en alguna parte, sobre todo si hablamos de futuro inmediato. Es un riesgo que tiene asumido: "Si el lector es de los que piensa que todos los problemas tienen solución, este no es su libro, así que puede dejar de leerlo ya" Y se queda tan ancho.

Porque sí: este es un libro para no engañarse, para ver las cosas como son, por mucho que no gusten. Porque empieza hablándonos claramente de lo que hay: las energías en las que se basa nuestra sociedad y nuestro sistema productivo se están acabando -y, salvo el carbón, no hablamos de dentro de muchas décadas... sino de algo cercano. Pero es que... las alternativas que nos han vendido para realizar una "transición energética" -seguir haciendo lo mismo sin que casi lo notemos- o son inviables o insuficientes.

Antonio Turiel lo deja claro, para todo el mundo y, dentro de ello, para los que tiene pensado hacer mucho dinero con esas alternativas pero, también, para quienes "desde el otro lado" se autoengañan con un futuro verde, limpio... Este libro explica de manera amena y fundamentada como, por un lado, ni el fracking, ni los petróleos extrapesados o el petróleo submarino (ni el carbón, el gas natural o la energía nuclear en ninguna de sus formas) cubrirán el descenso de producción petrolífera ni, por el otro, las energías renovables, ni el coche eléctrico, ni el hidrógeno -ni siquiera todas juntas- valdrán para alimentar de energía a este mundo en la manera que consumimos.

Pero es peor aún, cuando nos explica que el ahorro y la eficiencia -al menos como se suelen entender- aunque imprescindibles, no serán la solución, ni nunca volveremos a conocer un clima como el que teníamos... ni nunca saldremos de esta crisis -o sucesión de crisis, dentro de una mayor.

Llegados a este punto hay que darse un momento, cerrar el libro y respirar -y lo mismo con esta reseña- para preguntarnos, ¿qué nos queda entonces?

Antonio Turiel parte de una máxima: estamos equivocándonos de problema, y así no podemos combatir el de verdad. Porque el problema, según él, es el sistema, el capitalismo. Pero, no nos demos prisa pensando en un paraíso comunista, no van por ahí los tiros porque, como bien indica, el comunismo hasta ahora no ha sido más que un "capitalismo de Estado" -miremos al gigante rojo proveedor del consumismo mundial, China. Todo sistema que se base en el crecimiento continuo e ilimitado en un mundo de recursos finitos no quedará satisfecho nunca por muchas nuevas formas de producir energía que encontremos, porque siempre consumiremos más, por explicarlo brevemente -para más detalle está este libro imprescindible.

Por supuesto, acabado el libro al principio de la pandemia, fue necesario pararlo y, una vez que ya se podía publicar, dedicar un capítulo a esta pandemia: un acelerador de lo que ya venía, lo que podíamos esperar a partir del 2030 puede que lo veamos a partir del 2025.

Y sí, este libro contiene soluciones, que pueden no gustarnos, que podemos ver más o menos realizables, pero ahí quedan, para que, al menos, al acabar de leerlo lo podamos cerrar y no se nos caiga de las manos: redefinir el dinero y cambiar el sistema financiero, preservar los servicios básicos, revisar profundamente los procesos productivos, aprender a aprovechar la renovables, cambiar los modelos de uso...

Antonio Turiel, físico y matemático del Instituto de Ciencias del Mar del CSIC, doctor en Física Teórica, no es uno de tantos cantamañanas que nos emboban... Si no te gusta lo que lees, estabas advertido... No haber seguido leyendo porque, desgraciadamente, esto es lo que hay.

(Nota personal: he incluido este libro en mi apartado del blog Libros que se leen con una sola mano... porque con la otra se están tomando apuntes... pero aquí no ha sido posible, hubiera llenado otras tantas páginas con mis notas y he preferido tener el libro a mano, porque cada página sirve de consulta)

 

domingo, 18 de octubre de 2020

Apuntes para un libro vivo. ¿Qué fue del fracking?

"Las cantidades de gas natural que se manejan nos daría para la autosuficiencia y tener gas para sesenta años es más que importante” proclamaba orgulloso en 2013 Patxi López, entonces lehendakari del País Vasco, ante el descubrimiento de lo que se llamó "un mar de gas" en el subsuelo cercano a Vitoria y que podría extraerse mediante la técnica de fractura hidráulica (fracking) A la par, por toda España surgían proyectos, prospecciones, estudios.

En Estados Unidos, el petróleo y el gas de esquisto -otro de los variados nombres recibidos- aseguraba la independencia americana del exterior en combustibles fósiles y, por ende, nuevas posibilidades de seguirlo consumiendo sin medida. En 2023 se convertiría en el mayor productor mundial de petróleo. De nuevo, parecía, la tecnología y el ingenio humano habían encontrado alternativa a los agoreros que venían advirtiendo del agotamiento de estas fuentes de energía tan nocivas para el planeta y tan amigas del calentamiento global.

Hubo quien, cómo no, advirtió de los gravísimos daños de esta técnica para el medio ambiente, de su escasa rentabilidad energética y económica, de que nos metíamos en otra burbuja que acabaría estallando y dañando la naturaleza y la economía...

Y ahora... Siempre nos quedará la pandemia para echarle la culpa -de eso y de otras cosas- y Estados Unidos llegó el año pasado a vender más productos petrolíferos que los que compró pero la industria del fracking había crecido muy deprisa, sin base económica y endeudándose sin medida -¿suena esta historia? En Europa, las evidencias del desastre medioambiental -con contaminación de acuíferos y graves problemas para la salud, además- llevaron a muchos países a prohibirlo. Ya no es sólo que la industria del fracking se esté hundiendo, sino que arrastre a todos los que le prestaron dinero, una vez más, sin demasiado cuidado.

Pero es que se venía venir, y aquí no hay el famoso "a posteriori", porque desde sus mismos inicios, como decía antes, economistas, científicos, ecologistas advirtieron del rápido y cruento final. La técnica era mucho más costosa que la convencional -necesitaba precios altos y alta demanda, para compensar-, para producir lo que un pozo tradicional se necesitaban doscientos pozos de fracking y en dos años casi quedaban agotados. Posiblemente nos volvamos a acordar del fracking, desgraciadamente. 


(Si quieres saber en detalle lo que es el fracking me autorecomiendo con esta publicación de aquellos años)



domingo, 11 de octubre de 2020

Al hilo de... Greenwashing, cómo hacer parecer que quien destruye el planeta... lo está salvando

 ¿Qué es eso del Green Washing? Con poco inglés que se sepa -o casi nada, como yo- se puede deducir -sin entrar en las varias definiciones más detalladas que existen-: lavado verde. Ofrecer una imagen medioambientalmente responsable, incluso ecologista, a personas, instituciones o empresas que atentan contra el medio ambiente y la naturaleza con su actividad o su práctica habitual. Es la versión verde de blanquear una acción, una persona, un partido. Y, sin duda, hay multinacionales que dedican más dinero al Green Washing que a realmente hacer sus procesos productivos menos dañinos para el planeta. La campaña de Ballena Blanca para lanzar un monográfico sin publicidad y con la necesaria complicidad económica de sus lectoras coincidió con lo más duro de la pandemia y el confinamiento. Aún así... lo consiguieron -lo conseguimos, las 587 que apoyamos- y en mayo vio la luz un número dedicado exclusivamente al Green Washing... 

El número en cuestión de Ballena Blanca rebosa de ejemplos y casos, algunos conocidos por todo el mundo, como los anuncios de un Renault ecológico -que no lo es- apto no sólo para las estrellas de Hollywood, Repsol promocionando las energías renovables -y buscando como locos nuevos pozos petrolíferos-, etc. etc.
Ana Botín, participaba en el conocido programa "Planeta Calleja" y mostraba su preocupación por el cambio climático, mientras se daban una vuelta por el Ártico, presidiendo un banco que prestó 1.410 millones de dólares a la industria del carbón desde 2017. Es conocido cómo empresas automovilístas o eléctricas patrocinan las Cumbres del Clima -¿será por eso que sirven para tan poco?

Green Washing, greenwashing...

Las agencias de publicidad son colaboradores necesarios, por supuesto, utilizando sabiamente el inmenso poder de la publicidad, pero los medios de información -tantas veces de desinformación- también echan una mano con artículos discretamente patrocinados o simplemente pagados por marcas o empresas sin que nadie lo sepa y que engañan sobre cómo se hace un producto, por ejemplo, para que parezca que no daña -o daña poco- al medio ambiente.

Green Washing, greenwashing... dos palabras que acaban siendo una, una definición sencilla y un objetivo claro: mentir, manipular, engañar, para que quien está destruyendo el planeta -con nuestra imprescindible colaboración- parezca que lo está salvando... y gane mucho más dinero -y siga destruyéndolo.

domingo, 4 de octubre de 2020

Al hilo de... Lo que no quieras para ti

Tenemos a Europa como un ejemplo en defensa y protección del medio ambiente en un mundo en el que países poderosos -Estados Unidos, Rusia, China- dejan muchísimo que desear y muchos otros, desarrollándose o tratando de no hundirse, no tienen como prioridad esas necesidades.  Y sí, seguramente es así, como la tenemos por líder en los derechos humanos pero paga milmillonadas para que millones de refugiados sean guardados o disuadidos de venir aquí. Ser el líder en algo -más aún en este mundo de lerdos- no implica ser el mejor, sino el menos malo, y esto puede causar mucho daño. 

Europa, o la Unión Europea, legisla con frecuencia a favor de la protección medioambiental y de los derechos de su ciudadanía respecto a una vida más sana... pero se relaja de manera vergonzosa -y hasta criminal- cuando las consecuencias las sufren otros. Hay muchos ejemplos, pero acudo al más cercano en el tiempo: Greenpeace publicaba hace unas semanas cómo pesticidas prohibidos en nuestro continente... siguen siendo fabricados en nuestro continente. Lógicamente tienen unos mercados como objetivo: países con legislaciones laxas en ese sentido, o inexistentes, países donde viven personas que, de esa manera, quedarán expuestos al daño del que nuestra autoridades nos protegen con una legislación sabia.

Obviamente no hay ningún criterio científico para actuar así, sólo económico: aquí no se venden porque habrían una reacción ciudadana -o de organizaciones ciudadanas- contra ello... pero donde puede colar... ahí se las apañen. ¿Es esto peor que vender productos porque se cree, o se quiere creer, que no son dañinos? Posiblemente. La película Margin Call nos mostraba cómo un banco de inversión, conocedor de que sus productos financieros eran altamente tóxicos, se ponía a venderlos por todo el mundo antes de que los compradores se percataran, provocando una crisis mundial. Tiene más delito, sí, vender lo que tú no quieres, porque te puede envenenar o provocar enfermedades... o la muerte. Más aún cuando sabes que, seguramente, eso no preocupará más que a las afectadas... si se enteran.

Hidrógeno verde, una revolución que cambia poco

La primera vez que escribí en Raíz y Rama fue en 2020 y lo hice sobre el coche eléctrico, entonces y ahora uno de los baluartes de la tra...