"Las cantidades de gas natural que se manejan nos daría para la autosuficiencia y tener gas para sesenta años es más que importante” proclamaba orgulloso en 2013 Patxi López, entonces lehendakari del País Vasco, ante el descubrimiento de lo que se llamó "un mar de gas" en el subsuelo cercano a Vitoria y que podría extraerse mediante la técnica de fractura hidráulica (fracking) A la par, por toda España surgían proyectos, prospecciones, estudios.
En
Estados Unidos, el petróleo y el gas de esquisto -otro de los variados nombres
recibidos- aseguraba la independencia americana del exterior en combustibles
fósiles y, por ende, nuevas posibilidades de seguirlo consumiendo sin medida. En 2023 se convertiría en el mayor productor mundial de petróleo. De nuevo, parecía, la tecnología y el ingenio humano habían encontrado
alternativa a los agoreros que venían advirtiendo del agotamiento de estas
fuentes de energía tan nocivas para el planeta y tan amigas del calentamiento
global.
Hubo
quien, cómo no, advirtió de los gravísimos daños de esta técnica para el medio
ambiente, de su escasa rentabilidad energética y económica, de que nos metíamos
en otra burbuja que acabaría estallando y dañando la naturaleza y la
economía...
Pero es que se venía venir, y aquí no hay el famoso "a posteriori", porque desde sus mismos inicios, como decía antes, economistas, científicos, ecologistas advirtieron del rápido y cruento final. La técnica era mucho más costosa que la convencional -necesitaba precios altos y alta demanda, para compensar-, para producir lo que un pozo tradicional se necesitaban doscientos pozos de fracking y en dos años casi quedaban agotados. Posiblemente nos volvamos a acordar del fracking, desgraciadamente.
(Si quieres saber en detalle lo que es el fracking me autorecomiendo con esta publicación de aquellos años)
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