domingo, 29 de marzo de 2020

Apuntes para un libro vivo. Malos tiempos para el medio ambiente

Si bien ya se ha reseñado suficientemente cómo nuestro confinamiento y el parón industrial están limpiando el aire, el agua, dejando descansar un poco a la naturaleza y a los animales, el período que vendrá tras la resolución -aunque sea parcial- de esta crisis sanitaria, con la consiguiente crisis socioeconómica, amenaza con darle otro duro golpe al medio ambiente.
Antes que nada, por enésima vez, y las que hagan falta, hay que recordar que esa expresión que he utilizado, darle otro duro golpe al medio ambiente, conlleva darle un duro, durísimo golpe, al bienestar humano, a la salud humana, al futuro y al desarrollo humano.

Lo poco que había calado en nuestra sociedad -con todo lo que ha costado- que proteger el medio ambiente es fundamental para nuestra existencia y nuestra existencia digna -a pesar de que las consecuencias de la degradación medioambiental, aun siendo mucho peores, no son tan evidentes y fulgurantes como las de un virus- se puede ir al traste ante lo inmediato, lo urgente...
Todos los recursos, durante mucho tiempo, irán directamente a los daños sanitarios de esta crisis y a tratar de paliar la crisis económica en que nos ha/hemos metido. De la misma manera que el Tercer Mundo pasará más aún a un plano inferior, lo harán las inversiones en esa transición energética que, no sin intereses espúreos incorporados, se estaba tratando de llevar a cabo. Invertir dinero en recuperar un bosque, una marisma, por ejemplo, resultará una indecencia, ante gastos que compensen la millonada que se nos está yendo en mascarillas, guantes y demás, por mucho que esas otras acciones deparen un mundo más saludable.
No se reparará en gastos, y en daños, que "refloten" la economía: petróleo, carbón, todo lo que, inmediatamente, aporte señales de que no se hunde la economía. De la misma manera, recurriremos de nuevo a la supuesta fórmula mágica que nos saca de las crisis económicas -la única que parecemos conocer por como hemos montado el mundo-: el aumento feroz del consumo... de consumo de recursos, ni siquiera del consumo de servicios.

Toda esta reflexión la provoca la noticia de que Estados Unidos ha suspendido la aplicación de leyes medioambientales ante la petición de petroleras y de la industria para frenar los efectos negativos en la economía de la expansión del coronavirus.
Bendito virus, habrán celebrado para sus adentros, aunque la suspensión de esas medidas creen contaminación, animen los efectos del cambio climático y -nadie lo contabilizará nunca- quizá maten mucho más que el coronavirus lo está haciendo.

domingo, 22 de marzo de 2020

Apuntes para un libro vivo. No volvamos a la normalidad

Entre el sinfín de imágenes y noticias que nos llegan de todo el mundo estos días -y que, confinadas, seguimos más atentamente- veíamos las aguas de los canales de Venecia limpias, transparentes y con peces nadando en ellas debido a la ausencia de turistas. Hace unas semanas, cuando el coronavirus nos parecía "una cosa de esas de China", nos informaban de la drástica disminución de sus emisiones de CO2 por el parón productivo a que obligaba el confinamiento total de millones de personas. La casi nula circulación en las grandes ciudades ha limpiado el aire contaminado y, por ejemplo, en Madrid, el dióxido de nitrógeno está por los 30 mcg/m3, cuando suele superar los 80.

Por otra parte, la ciencia, señala la directa relación entre la propagación de epidemias con la deforestación, la destrucción de ecosistemas... la degradación medioambiental, en definitiva, que nos acerca a virus, hasta entonces "confinados" y acaba con barreras naturales que nos protegían de ellos; degradación, por otra parte, directamente relacionada con la manera en que producimos y consumimos.
Laura Spinney, periodista especializada en temas científicos, apunta, en su libro El jinete pálido, sobre la mal llamada gripe española, que cabe la posibilidad de que la Plaga de Justiniano en el siglo VI -una catastrófica pandemia de peste bubónica- y las mortandades producidas en América por las enfermedades "importadas" por los conquistadores, provocaran períodos de enfriamiento en el planeta, al reducirse la actividad humana y aumentar la extensión de bosques, consumidores de CO2.

Aguas más limpias, aire sin contaminación, conservar la naturaleza, todo lo que modere o no aumente el cambio climático significa, sencillamente, menos catástrofes, menos personas que mueren... Nuestra obsesión en estos momentos.

Estamos en días de inflexión, en confinamiento que podríamos utilizar para reflexionar sobre esa normalidad a la que deseamos volver. Una normalidad que nos depara, sin duda -hace unas semanas seríamos agoreros, ahora los agoreros salen todos los días en la tele y no los ponemos en duda- muchas más situaciones como ésta -mundiales, regionales, nacionales...- en un mundo donde abusamos de los antibióticos y dependemos  cada vez más de los medicamentos, donde reducimos la biodiversidad, y destruimos, arrasando selvas y bosques, las armas que desde la naturaleza siempre nos han defendido, donde el cambio climático y la degradación medioambiental nos abocan a crisis económicas, guerras, emigraciones incontroladas, hambrunas...

Aprovechemos esta crisis, no para hacer negocio puntualmente, o tras superarla -lo que no será posible por completo- volver a hacer lo mismo y con más ganas, sino para buscar una anormalidad positiva en la que dejemos de consumir como locos y alimentar un sistema productivo-consumista abocado a la quiebra por el agotamiento de recursos, para, a cualquier precio, vivir en lugares sanos, sin cargar en otras personas, que nunca conoceremos, nuestro bienestar y llegar a una salida común, que no excluya a nada ni a nadie.

Las grandes crisis humanas siempre han deparado saltos en nuestra Historia, unas veces para sumirnos en la oscuridad durante siglos, otras para ir decididamente hacia delante. Volver a lo mismo, la normalidad, nos empuja hacia atrás.

jueves, 19 de marzo de 2020

Al hilo de... Destrucción de ecosistemas y pandemias

Estos momentos que estamos viviendo deberían servir para rectificar errores y evitar repeticiones. Por ello hay que aprovechar publicaciones serias que señalan la interrelación de la degradación medioambiental con muchas de las cosas malas que nos pasan, lo que no es ninguna novedad.

Invito a leer el artículo que enlazo, de un atinado periodista en estos temas, Alejandro Tena, sobre la relación entre hechos de esos que oímos hablar con frecuencia y nos parecen, en el mejor de los casos, problemas que ni nos van ni nos vienen -deforestación, tráfico de animales exóticos... tratar a la naturaleza como una mercancía, en definitiva- y otros como los que ahora nos ocupan.

Adelanto algunas frases relevantes, que aparecen en el artículo, de Fernando Valladares, doctor en Biología e investigador del CSIC:


"Simplificamos los ecosistemas, reducimos el número de especies y perdemos biodiversidad. Esto hace que desaparezcan especies intermedias que actúan como barrera, favoreciendo que estemos en contacto con otras especies con las que nunca teníamos contacto y, por lo tanto, más expuestos"

"Uno de los mensajes más importante durante esta crisis es que la biodiversidad nos protege. Es algo que debe de quedar claro. Estamos gastándonos una ingente cantidad de dinero en contener un fracaso, que es lo que es el coronavirus, porque el éxito no es vencer la pandemia, sino que no se produzca y para ello es necesario recuperar los ecosistemas y mantenerlos intactos"

"Hasta ahora hemos conservado los ecosistemas por pura ética, sin saber que estos ecosistemas nos protegen"


“Es la única forma (cambiar las estructuras sociales y económicas) que favorecen la depravación de la naturaleza de conseguir que dentro de un tiempo no llegue otro virus desconocido a las civilizaciones"





domingo, 15 de marzo de 2020

Apuntes para un libro vivo. Emergencias

Con la que está cayendo y en Estado de Alarma desde anoche, confinadas en nuestras casas, salvo para trabajar y comprar, parece que, no lo más, sino lo único importante ahora, es la pandemia de COVID-19, y que resulta hasta indecente escribir sobre otras cosas. Pero, sin dejar lo uno, es el momento -luego ni nos acordaremos- de recordar otros asuntos.
Lo dicho, anoche el gobierno decretó el Estado de Alarma ante la emergencia sanitaria, económica y social... pero, ¿a que ya no nos acordamos de que ese mismo gobierno, hace muy poco, el 21 de enero, declaró la Emergencia Climática y Ambiental "en respuesta al consenso generalizado de la comunidad científica, que reclama acción urgente para salvaguardar el medio ambiente, la salud y la seguridad de la ciudadanía"?

Escuchemos ahora a miembros de ese gobierno:

1-“El ministerio (de Sanidad), por descontado, no va a dejar de tomar ninguna decisión ni de emitir ninguna recomendación, que tenga por conveniente emitir, con el único objetivo de la protección de la salud pública, cueste lo que cueste, o beneficie o perjudique a quien beneficie o a quien perjudique”

2-“Mi gratitud por su compresión ante estas decisiones que se dirigen a combatir una emergencia que amenaza la salud y el bienestar de todos y que no atiende a fronteras internas ni externas”

Contundentes y necesarias frases, perfectamente relacionadas con la crisis por el cambio climático y la degradación medioambiental, ¿no es cierto?
Pero no tienen ninguna relación con esos problemas medioambientales y planetarios, aunque los describen perfectamente. La 1, la dijo Salvador Illa, actual ministro de Sanidad, el pasado martes 10. La 2, la dijo Pedro Sánchez, presidente del Gobierno, el pasado jueves 12. Ambas, claro, referidas a la actual pandemia de coronavirus que sufre el mundo y nuestro país.

Se supone que cuando se declara una emergencia, como la que ahora vivimos, es para tomar medidas inmediatas y contundentes, como está ocurriendo estos días -sin entrar, desde luego, en si son las correctas o no- pero en el caso de la pomposa Emergencia climática, todo se limitó a que "el Ejecutivo se compromete a desarrollar 30 líneas de acción, cinco de ellas en los 100 primeros días, para hacer frente a la crisis climática y aprovechar los beneficios sociales y económicos que ofrece la transición ecológica", todo sin demasiadas prisas y con completa ambigüedad, pese a que el Decreto reconocía que "El Gobierno muestra así el compromiso y la prioridad otorgada a esta agenda en un contexto de grandes riesgos económicos y sociales por los impactos del cambio climático, como acaba de reconocer el informe anual del Foro de Davos o la Comisión Europea"

La pandemia de coronavirus tiene consecuencias imprevisibles, sin duda, y, en el momento de escribir ésto, ha causado la muerte de unas doscientas personas en nuestro país, si bien empieza a controlarse donde se inició y se atisban vacunas y remedios. La degradación medioambiental y el cambio climático tiene consecuencias imprevisibles, también, otras previsibles y, sencillamente, catastróficas, y, sin dejar de mirarnos el ombligo, ha matado y mata a miles de personas todos los años en nuestro país -10.000 muertes por contaminación y 1.300 por calor, si cogemos la cifra más baja de los últimos años- De las catástrofes humanitarias que viene causando en el resto del mundo, mejor ni hablamos.

Pese a ello hasta los más pequeños intentos de hacer algo -para salvar vidas, como ahora- tiene una enorme oposición desde muchos sectores -recordemos recientemente Madrid Central- o cuando parecen tomarse medidas en serio son laxas, lentas, inoperantes, como en la citada Emergencia Climática y Ambiental, de hace dos meses de la que nadie se acuerda.
En definitiva, si no somos capaces de responder a las Emergencias proporcionalmente a su importancia, no sólo nuestras autoridades, sino nuestra sociedad, todo lo que hemos temido estos días: desabastecimiento, depresión económica, mortandades -así de crudo, así de real- están garantizadas y entonces -como ya se ha visto tenuemente estos días- será un auténtico "sálvese quien pueda"
A ver si fuéramos capaces de aprender un poquito de lo que está pasando.  

domingo, 8 de marzo de 2020

Apuntes para un libro vivo. De recursos que se agotan y soluciones que se atascan

Como citaba en el libro, cuesta explicar a la gente que los recursos pesqueros están cercanos al agotamiento cuando si pasas a una pescadería o a una gran superficie las vas a ver abarrotadas de todo tipo de peces -aunque algunos no sean los que dicen ser-.
Y la segunda parte, cuando lo explicas y lo entienden, puede ser tomar la salida de "si en el mar no quedan, los criamos, ¿qué problema hay?"

Así está siendo, y a nivel mundial se come más pescado de piscifactoría que del mar... pero, ya deberíamos tenerlo claro, aquí no hay nada gratis y todo acaba teniendo consecuencias y, en el peor de los casos, creando nuevos problemas.

La noticia que enlazo y que da pié a esta entrada lo deja claro: la "ganadería del pescado" repite los males de la de mamíferos y aves. El salmón noruego, tan famoso, sabroso y, en la mayoría de los casos, procedente de la acuicultura, tiene sus propios piojos, que se alimentan de su piel, su mucosa y sus músculos. 
Todo parásito, no hace falta decirlo, lo tiene mucho más fácil si sus presas... están apresadas, confinadas, amontonadas en espacio reducidos -aunque éstos sean líquidos. Y aquí se inicia la rueda destructiva: tratamientos químicos, costosos, que contaminan el medio natural, que, incluso, acaban con parte de quienes quieren proteger -entre el 10 y el 15% de los salmones, en este caso.
Siempre nos queda buscar alternativas a la química... y a ver qué pasa. Siempre, también, nos lo complica todo las aguas cada vez más calientes... el cambio climático, ya sabemos.

Al final, las vías de escape no son tales o no son como las cuentan... y el cerco se va estrechando en nuestras huidas hacia delante. 

domingo, 1 de marzo de 2020

Apuntes para un libro vivo. Lo importante es la salud... según y cómo

En días de, más que preocupación, ocupación, con mucho miedo añadido, por una posible pandemia mundial y con una evidencia de libro sobre la mala gestión de los vertederos, más que aprovechar que el Pisuerga pasa por Valladolid, es correcto aprovechar estos hechos para recordar la indisoluble relación entre la protección del medio ambiente y la salud... y evidenciar cómo, en nuestro ADN, público y privado, no las relacionamos.
Después de derrumbarse el vertedero de Zaldíbar y de ir saliendo a la luz -y al aire- todos sus peligros -además de la cruel muerte de dos personas- a casi todo el mundo le surge la pregunta: ¿a quién se le ocurre tener éso ahí?
Pero, tristemente, esto no deja de ser algo normal en el descontrol existente, por ignorar la importancia que tiene, en el cuidado de la naturaleza y de lo que le afecta.

En 2008, la Comisión Europea advertía a España para que cerrara 87 vertederos ilegales a los que iban a parar 660.000 toneladas de residuos cada año... No sirvió de mucho, y en 2017 caía la sanción porque 61 de ellos seguían operativos -todos ellos abiertos durante años.
Más de 30 millones de euros -esos que buscamos ahorrar por todos los medios, sanidad incluida- han costado ya las multas europeas por deficiente depuración de aguas en núcleos urbanos de más de 15.000 habitantes, lo que no quita que se sigan incumpliendo las normativas en otros muchos casos.

De todas estas evidencias se puede deducir, sin ningún profundo análisis, que en nuestro país ni nos tomarnos en serio la degradación del medio ambiente, ni el control de las basuras o las aguas residuales. Y esto, tampoco es difícil deducirlo, está directamente ligado con nuestra salud, más allá de riesgos de pandemias, y transcurre silenciosa y tediosamente. 

Hidrógeno verde, una revolución que cambia poco

La primera vez que escribí en Raíz y Rama fue en 2020 y lo hice sobre el coche eléctrico, entonces y ahora uno de los baluartes de la tra...